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sábado, 25 de julio de 2015

Calvario de iris: Adoración al oro


La Ley fue esculpida por el verbo de Dios, sobre tablas de piedra. El profeta Juan, bautizaba, sintiendo en sus manos el frescor del río Jordán, anunciando la venida del Hijo del Hombre.



Un joven Rabí de Nazaret, el ungido, en su infancia fue aleccionado por su padre “terrenal”, José, en el tratamiento a la madera, sintió la ígnea aridez de la tierra del desierto, en su retiro espiritual, donde fue tentado con “poder terrenal”.

Aun buscando por milenios los metales en la tierra, alcanzando su” pureza” al mutar su composición en oro, la vida y camino de las enseñanzas de Jesús, hacia su Reino y para algunos elegidos, la Santidad, lejos queda la riqueza terrenal. El que su voz, suena a diáfana agua del manantial del cielo, que baña y consuela almas de buena fe. Luz, tierra, madera, agua y piedra, que se proyectan a un suspiro orlado de inmensidad, del que cree que engrandece a Dios con metales preciosos.

La Misericordia Divina, conocedora del ser, siempre mantiene el instante de la “conversión”, íntima, agua que recorra el caudal, sin anclas ni guadañas doradas, que marchitan el alma en vida e impiden su floración eterna. Buscamos fuera de nuestros sentimientos, ofrecer la magnificencia vana de mercaderes, monedas, que nos hacen proyectar ante nuestros semejantes, la vanidad de un estatus social.

Constantemente olvidamos el mensaje de Dios, la planta tiene flor y la flor tonalidades gracias a la raíz. La humildad de la creación en silencio, de la entrega de sentimientos, Caridad que sí engrandece al espíritu acercándolo al cromatismo del tacto Divino. No vivas por la posesión de una llave, ábrete al Altísimo abriendo las puertas de tu corazón.

José Antonio Guzmán Pérez





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