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domingo, 26 de julio de 2015

El cáliz de Claudio: Mezquinos, vistos al trasluz de una celosía


Tras las celosías se escondían los susurros, las voces tenues y aterciopeladas que las trasladaban con la misma levedad que la luz. Un punto de sombras que no venía mal para pasar por su tamiz los secretos que no debían salir de aquellas estancias pretéritas. Tras las celosias se guardaron proyectos, ilusiones, certezas, miserias, filias y fobias. Como también quedaron bajo su llave los pecados que se reconocían en los confesionarios que aun hoy las conservan.


Escuchar el término celosía inspiraba misterio, aventura y la resolución desmadejada de aquello que despierta la curiosidad más arrebatada. Pensarlas se asemejaba a los arcones antiguos de la casa familiar, abandonada en el pasado, cubierta de polvo, los cuales en la tarde de cualquier verano adolescente, entre las sombras opacas de la siesta, crujían la llave maestra que conducía a su profundidad abisal entre nuestra curiosidad insolente.

Qué ocurrió. Dónde entramos para que, hoy, una celosía sin mayor valor que su peso, casi con los mismos años que yo, sin otra nobleza que la de los materiales empleados para construirla... se haya convertido en un muro infranqueable ¿Dónde están los apóstoles del Apocalipsis, ahora, que hacen falta? ¿Cuándo comenzó el conflicto? ¿En qué momento convirtieron un enjambre de madera en una bandera jurada y equiparada a la republicana?

Todo comenzó con la titularidad y, conforme ésta se iba alejando en su posibilidad factible, los nuevos próceres (tan alejados de los romanos, por desgracia para ellos) decidieron escoger a un supuesto iluminado para que se fagocitara y se tornara (o éso creerá) en alquimista capaz de convertir en república y laicidad un mueble. Sin enterarse de que la república (tan romana) es un concepto que le viene tan grande como el comunismo, por más supuestos expertos en economía soviética que hayan caminado a su lado.

La mezquindad es tan cordobesa que, cada cierto tiempo (con demasiada frecuencia) sale a la luz para airear la mala sangre. Y personajes seseantes la despachan a cuarto y mitad, no en una carnicería, sino en un consistorio municipal. Para que entendiera algo de lo que le digo debería haber leído a Núñez de Herrera y aprender cómo es posible ser de izquierdas y creyente, incluso cofrade, sin que sea incompatible. Incluso, hasta no creer y respetar al de enfrente hasta cuando no te cae bien, si su propuesta es justa.

Generosidad e inteligencia van de la mano para esto último. Y no valoro más. Solo una reflexion: a mi no me gustan las peñas. No obstante, si propusieron algo coherente, ajustado a derecho y que produjera un beneficio indudable a la ciudad, en mi hipotético papel de edil, no sería tan torpe de torpedearlo. Y si así fuera,) buscaría la celosía de un confesionario para que el Señor me perdonase.

Blas Jesús Muñoz














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