Blas Jesús Muñoz. Sevilla, comienza el último cuarto del siglo
XVI y Marcos Cabrera (o, de Cabrera), entrega a la Hermandad de los
Plateros la talla de su titular cristífero. La contemplación primera de
la Imagen los debió dejar perplejos. El estilo manierista, traído de las
mismas entrañas de los reinos vaticanos, cobra en el Cristo de la
Expiración su forma procesional, cofrade, distinta a todo lo que hay y
lo que vendrá.
En aquella Hispalis de finales del
Renacimiento ya susurraba, bajo el estrato de su piel de escayolas, el
rumor de Mesa, de Ocampo, la realidad de Montañés. Sin embargo, Marcos
Cabrera, tal vez más desapercibido va a dejar en el Cristo de la
Hermandad del Museo un retrato manierista prácticamente inigualable en
lo artístico.
Su cuerpo serpentea en un escorzo
que lo hace inmediatamente reconocible en el volumen de que lo dota la
pasta de madera ¿Cómo debió de ser aquella primera contemplación? ¿Qué
impacto no causaría? ¿Cuáles serían los argumentos que impulsaron al
imaginero?
El Cristo de la Expiración cumple
440 años. No habrá fastos y, sin embargo, la reflexión de Carlos Medina
González me impulsa a escribir estas líneas que rinden el más mínimo
homenaje a una Imagen que expresa la grandeza, en sí misma, de la propia
Semana Santa.