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martes, 14 de julio de 2015

El trato secreto entre Manolo Adame y "El Penitente"


Manuel Adame Torres, fue un hombre que tuvo que hacerse así mismo en el mundo de la gente de abajo. A este capataz trianero, nadie le regaló nada nunca, y todo lo tuvo que alcanzar sin ayuda de nadie. Manolo se dedicaba profesionalmente a realizar labores de capataz en el muelle de Sevilla, lugar que durante mucho tiempo fue un auténtico vivero de costaleros para la Semana Santa de Sevilla, aunque no el único.

Manolo Adame se inició en este mundo desde la misma base, primero fue costalero de la cuadrilla de Salvador Dorado Vázquez “El Penitente”, para posteriormente ascender a contraguía y finalmente terminar siendo segundo capataz del paso de Cristo.

Con el tiempo terminó formando cuadrilla propia con otro capataz de gran recuerdo, Paquito Quesada, prototipo de capataz de “paso de palio” mientras que Manolo Adame era el capataz clásico de “paso de Cristo”. Formaron un tándem especial hasta que por motivos de salud Paquito se retiró, pasando entonces Manolo a la delantera de los pasos de palio. 

Inicialmente Manolo sólo tenía dos cofradías en Sevilla, Exaltación y Sagrada Mortaja, por lo que el resto de los días de la semana trabajaba con su cuadrilla por localidades de la provincia.

El espaldarazo definitivo le llegará tras sacar por primera vez a la Hermandad de San Esteban, después del excelente resultado obtenido por la cuadrilla, las hermandades principales comenzaron a llamar a su puerta, aunque la cuadrilla de Manolo Adame será siempre recordada en Sevilla por las duras corrías que cada año tenía que afrontar, con importantes pasos de misterio.

Sacó durante su trayectoria como capataz las siguientes hermandades; La Estrella, La Amargura, Las Aguas, Santa Genoveva, San Gonzalo, San Esteban, Los Panaderos, Exaltación, El Silencio, El Calvario, La Mortaja y El Santo Entierro.

Nos situamos en los primeros días del mes de enero del año 1970, las navidades están todavía a la vuelta de la esquina y en el seno de la trianera Hermandad de la Estrella se plantean la elección del nuevo capataz de la cofradía después de la retirada de Manolo Bejarano, acontecida tras la Semana Santa del año anterior (1969). Los primeros intentos de la hermandad van encaminados hacia los dos grandes capataces del momento; Rafael Franco Rojas y Salvador Dorado “El Penitente”. 

Tras le negativa de Rafael, que ya contaba el Domingo de Ramos con dos hermandades, La Cena y San Roque, le llega el turno a Salvador, el cual igualmente declinará el ofrecimiento alegando que ganaba más dinero sacando los tres pasos de la Hermandad del Amor. No obstante, Salvador se permite la licencia de aconsejar la contratación como capataz de la hermandad de la calle San Jacinto, a Manolo Adame, al cual le unía una gran amistad desde la época de permanencia de Manolo en la cuadrilla de Salvador.

Inicialmente a la hermandad no le hizo mucha gracia aquello, pero el buen momento por el que atravesaba la cuadrilla de Manolo Adame, y el hecho que fuera trianero de cuna terminaron de decantar la balanza a su favor. Una vez cerrado el acuerdo entre el nuevo capataz y la hermandad, ya sólo faltaba por cerrar un pacto secreto al que habían llegado Manolo Adame y su amigo Salvador Dorado “El Penitente” como pago de los buenos informes que Salvador procuró de Manolo a la hermandad.

El pacto sellado entre los dos capataces era el siguiente: Al regreso del paso de palio de la Virgen de la Estrella, en la entrada misma de Triana una vez pasado el puente, la cuadrilla de Adame tenía que dejar dar una chicotá larga a la cuadrilla del “Penitente”.

Y llegó la madrugada del Lunes Santo. La Hermandad de la Estrella retorna por el puente a la iglesia de San Jacinto después de haber realizado la estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, mientras la cuadrilla de palio del “Penitente” una vez encerrado el paso de la Virgendel Socorro toma posiciones en las inmediaciones de la capillita del Carmen. 

Llega el momento de la verdad, el paso de la Virgen de la Estrella ya se encuentra en suelo trianero. Después de que Manolo Adame y el que por entonces era su segundo Máximo Castaño Lagares, hicieran salir –no sin gran trabajo- a su cuadrilla para dar paso a la otra, se levantó el paso de palio de la Estrella al son de la marcha Campanilleros de aquella forma tan sin igual, que popularizó la cuadrilla de Salvador Dorado, meciendo el paso mientras se levantaba a pulso. El delirio entre el público se hizo presente, no parando de aplaudir hasta que los costaleros posaron el paso en el suelo al concluir la chicotá.

Ahora tocaba colocar de nuevo bajo las trabajaderas del paso a la cuadrilla de Manolo Adame, ésta, herida en su orgullo por haber sido sacada del paso sin su consentimiento, se negaba a ocupar nuevamente sus puestos. El momento era una mezcla de tensión, expectación y sentimientos no comprendidos. Sólo los ruegos de Máximo y las lágrimas de Manolo que no sabía cómo solucionar aquello, consiguieron que la cuadrilla, eso sí con alguna falta se metiera debajo del paso de la Virgen de la Estrella nuevamente.

Manolo era un hombre recio, tosco, al que difícilmente se le notaban las emociones, pera aquella madrugada de Lunes Santo, las lágrimas le afloraron en un corto espacio de tiempo, la primera vez como consecuencia del problema que se le venía encima con su cuadrilla, referido anteriormente, y poco tiempo después la segunda, cuando su cuadrilla ya colocada debidamenteavanzaba sobre los pies de forma majestuosa por la calle San Jacinto con la Virgen de la Estrella en una chicotá que para los allí presentes pareció eterna.

El pique surgido entre las dos cuadrillas fue el resultado del pacto secreto al que habían llegado los dos capataces, ajenos a la sensibilidad y el amor propio de sus costaleros.










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