Blas Jesús Muñoz. Cuando uno escucha hablar a los políticos (en el sentido peyorativo del vocablo), defender la imposición fiscal, bien sea directa o indirecta, mientras se argumenta que redunda en todos, no se puede evitar cierta carcajada sarcástica. Miremos por ejemplo a las familias en riesgo o en exclusión social. Observemos a las que su historial laboral, antes de llegar a esa situación, se halló sostenido en el tiempo. Hagan un cálculo de IRPF, IVA, IBI...
¿Cómo les ayuda el Estado, las administraciones, Juntas y/o ayuntamientos? Primero con un subsidio y luego con una ayuda. Si tienes la mala suerte de que la situación se prolongue más de tres años mal lo llevas. Al Estado -caprichoso- se le olvida que durante toda tu vida anterior le pagaste hasta por transacciones privadas. Y, luego de anteponer lo público, tu situación precaria la pasan al plano de lo privado, sin ningún tipo de miramientos.
En este punto es donde aparecen organizaciones como Cáritas o Banco de Alimentos. Los que por nada ayudan al que nada tiene. Es, y no lo malinterpreten, el sumidero del Estado. Mejor dicho, las administraciones lo usan como tal porque es más cómodo y más barato que otro venga a hacer tu trabajo, el mismo al que te comprometes cuando recaudas sin desmayo. Como cuando pagas un impuesto por recogida de basuras y luego ves al barrendero del que hablábamos ayer.
Sea como fuere, se trata -las dos nombradas- de organizaciones afines a la Iglesia, ese ente maligno y anticuado que, pase lo que pase, siempre está ahí para ayudar sin cobrar impuestos a cambio porque la ayuda ya sería contraprestación. De hecho, la Federación de Bancos de Alimentos de Andalucía, Ceuta y Melilla ha hecho públicos unos datos que se expresan en los siguientes términos: un incremento de casi 50.000 personas con respecto a 2013 al ser atendidas 457.775 personas. En 2014 recibieron más de 33,9 millones de kilos de alimentos, frente a los 25,9 millones de 2013. Ocupando Córdoba el cuarto puesto en recepción de kilos con 4.392.