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jueves, 17 de septiembre de 2015

Enfoque: La religión de las trece barras


Blas Jesús Muñoz. Uno nació, creció, vivió, sufrió, lloró y respiró por las franjas blanquiverdes que, cada fin de semana, le traen una sorpresa, un amuleto, la decepción o una brizna de esperanza que -en lo futbolero, entiéndase- es más grande que la Macarena cuando los del Arcángel sacan petróleo de una jugada aislada y ya nos vemos capaces de dar la vuelta al mundo en una gira veraniega.

No diré que es una religión, pero ser del Córdoba (con lo difícil que es todo en esta ciudad) es un modo de vida que se halla por debajo de la piel, pues cuando el veneno te engancha te vas a verlo hasta jugar a Plasencia, te clasificas de chiripa para la liguilla y, entre terribles sufrimientos, lo ves subir a segunda y lo celebras como si hubieras ganado el Mundial.

Sin embargo, tengo claro que, de no haber sido del Córdoba mi equipo era el de Sánchez Mejías, el de las trece barras, el que acude a la ofrenda floral al Cerro del Águila (fíjense qué barrio para un equipo del pueblo) en aroma de multitudes. El mismo equipo que cuenta con capellán y con un incondicional como el Faraón de Camas o un futbolista tan exquisito como lo fue Robert Jarni. El mismo cuyo presidente besaba el rostro del Gran Poder o el que en segunda tenía más socios que en primera.

Ahora, mi equipo (el mismo que me quita el hambre durante noventa largos minutos) camina muy acompañado y va a San Rafael porque necesita de un Arcángel para protegerlo, no de los rivales, sino de quienes nos condena a ser pequeños, a no tener infraestructura porque aquí si algo puede crecer da miedo, sobre todo, porque el gobernante es pequeño. Sin embargo, reflejémonos en esas trece barras para comprender que, la adversidad sólo consigue que seamos más conscientes del valor de la victoria. Y ese mismo paradigma apliquémoslo a las cofradías. Y todo nos irá mejor.





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