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jueves, 17 de septiembre de 2015

Verde Esperanza: Carta a un ateo


Suelo escribir mis artículos dirigiéndome al lector utilizando el usted, por respeto y porque no sé quién ni qué edad puede tener quien está al otro lado de la pantalla leyendo mi humilde texto. En esta ocasión será diferente, puesto que pretendo dirigirme a alguien a quien conozco bien y con quien siempre me he entendido estupendamente, a pesar de que desde las altas esferas pretendan hacernos creer lo contrario. Esto es una carta a un ateo, sin ningún tipo de connotación peyorativa, puesto que no la tiene. Apoyándome en lo que la R.A.E. dice “que niega la existencia de Dios”. Nada más que eso, no cree que Dios exista. ¿Hay problema en ello?

Querido ateo, no pienses que en este artículo encontrarás algún ataque hacia tu persona. Más bien al contrario. Estamos en una época en la que tratan de enfrentarnos de forma obscena, sin caer en la cuenta de que no vivimos en mundos opuestos. Pretenden alejarnos cada vez más y hacer que choquemos una y otra vez hasta que pase lo que Dios –con perdón- no quiera que pase, una ruptura definitiva. Compartimos ciudad, espacios públicos, que quizá ocupamos con demasiada frecuencia, te lo reconozco. Compartimos trabajos, estudios, hasta sangre, y forjamos amistades entre ambos “bandos” e incluso formamos familias. Ha sido así toda la vida.

Siempre me ha encantado charlar contigo sobre cualquier tema, incluido el religioso y, por qué no, el cofrade. ¡Hasta a veces me has comprado papeletas de Navidad de la Hermandad! Y, como no, nos gusta soltarnos algunas burlas cariñosas entre nosotros, nada de lo que escandalizarse. Sé que hasta te gusta pasearte en Semana Santa por el centro y ver alguna Hermandad discurrir o incluso le tienes un especial cariño a esta o aquella otra talla: para ti es una obra de arte en madera y para mí es una representación de Dios. Sigo sin ver el problema, ¡qué quieres que te diga!

Pensarás a esta altura en el por qué de esta carta, si te estoy contando obviedades que ambos conocemos sobradamente. Ay, amigo, seguro que algo intuyes. Sabrás que hay personas con oscuras motivaciones que nos utilizan como marionetas en sus juegos de poder. Cuando ven peligrar sus privilegios, sueltan cualquier cortina de humo con tal de salvar sus cómodos asientos, y no pocas veces te utilizan como si fueras un zapato que ponerse para darnos a los católicos una patada en el alma y, de paso, crear distracciones que les resultan muy oportunas. Todo ello con la excusa del Estado laico, de respetar a los ateos, de recortar donde no se debe recortar para enriquecerse ellos mismos aún más. En principio quizá te de igual, puedes pensar hasta que la Iglesia goza de demasiados privilegios, aunque ya alguna vez te he explicado la labor callada que muchas corporaciones religiosas, incluidas las Hermandades, realizamos en pos del bienestar social y para salvaguardar a los más ahogados por la crisis.

             Nos están pisando, amigo. Esta carta es una llamada de auxilio que espero te haga abrir los ojos. Lo peor es que te utilizan a ti como si fuera una cuestión que te quitara el sueño, y que para defender lo tuyo están exigidos a atacar lo mío. Te utilizan para justificar sus infamias y pisar mis derechos. Cuando lo más que habrás pensado alguna vez es “ya están de nuevo los pesados estos sacando pasos a la calle en pleno agosto”. Una ligera refunfuña que puedo hasta compartir, y que dura aproximadamente diez segundos: el tiempo que tardas en quitarte de en medio y seguir tu camino. Necesitamos que nos tiendas la mano.


Tú y yo siempre nos hemos llevado bien, compartimos demasiadas cosas como para que nos obliguen a fijarnos en las pequeñas que diferimos. Tú respetas que yo crea en Dios, me ponga un costal y una faja y pasee las imágenes o que pase días y días en la Casa Hermandad arrimando el hombro; y yo respeto que dediques tu vida a otras actividades que verdaderamente te hagan sentir realizado, sin que Dios ocupe ninguna parte de tu vida. ¿Cómo no lo voy a respetar? Sería pecar –perdón otra vez- de lo que llevo tratando de explicar durante todo el artículo. Te necesito, te necesitamos como nuestro principal aliado. 

Pongamos negro sobre blanco, que igual con tanto mencionar a Dios, la Hermandad y la Semana Santa te me aburres y no llegas al final de la carta. Imbéciles hay en todos lados. Hay muchos que agarran la bandera del ateísmo para atacar a lo católico y cofrade cuando, como se ha visto al comienzo del presente texto, ser ateo simplemente significa no creer en Dios: no se dice nada de hacer pintadas ofensivas en Iglesias, increpar a los cofrades de un cortejo procesional, crear altercados con las Cofradías en la calle o tratar de ahogar económica y gubernamentalmente a todo lo que huela a Semana Santa. Pero es que también hay muchos de este lado que cometen errores de bulto. Son aquellos que quedaron anclados en la Edad Media, tratando de impuros a todo aquel que niegue la existencia de Dios e intentando alejaros de las Casas de Hermandad por no pensar como podemos pensar algunos. Esos son más enemigos míos que lo que tú puedes serlo jamás. Son quienes, vestidos de chaqueta y corbata, incluso de sotana, se suben a un atril como si ellos mismos fueran puros y comienzan a señalar con el dedo a todo aquel que se mueve del sitio. Pero ese es otro tema.

Necesito, quiero tu presencia a mi lado incluso cuando esté en la Casa Hermandad compartiendo conversación contigo. Ellos son nuestros verdaderos enemigos, y no tú y yo. Me encanta verte presenciando el discurrir de mi Cristo y mi Virgen. Realmente me emociona que sepas respetar la vertiente religiosa y apreciar la vertiente cultural que la Semana Santa, por mucho que pese a algunos, posee inherentemente. No dejes que te engañen o te usen de títere contra mí. Es hora de que alces la voz y hagas saber a todos aquellos que dicen representarte, con contundencia, que el católico y cofrade no es tu enemigo, sino tu compañero de viaje en este vaivén que los mundamos llamamos vida, que aprecias vivir conmigo y que dejen de meter el dedo en la llaga, pues no existe tal. Y que quieres lo mejor para tu ciudad, que también es la mía, y que por ello exiges un apoyo mínimo para que las Hermandades puedan desarrollar su función, que sabes perfectamente que es más útil que la que la gran mayoría de políticos desempeñan. Además, me vas a perdonar pero pienso que Dios no excluye a nadie por no creer en Él, y seguro que si has vivido con amor hacia los demás y de forma justa, habrá sitio para ti en lo que yo llamo cielo. No te me enfades. No sólo estamos condenados a entendernos, es que verdaderamente tú y yo queremos enriquecernos mutuamente a partir de nuestras diferencias y disfrutar de lo que nos une. Lo sabes, lo sé: ya es hora de que ellos lo sepan también. 

Un abrazo, amigo mío. No nos falles porque te necesitamos más que nunca.

José Barea





















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