Blas Jesús Muñoz. No daba crédito cuando vi el relevo al frente de la Federación de Peñas. Tal es así que he tardado varios días en asimilarlo y, por ende, en escribirlo. Un cambio que, continuista o no -con la sola importancia de lo simbólico-, viene a advertirnos de que algo se mueve en Córdoba. Pero no crean que positivo.
Tampoco negativo, aunque es curioso que un reinado comparable al de Ángel María Villar en la Federación Española de Fútbol acabe de un plumazo. Máxime a través de unas elecciones. Es curioso que una alcaldesa que buscaba la laicidad como el maní que le prometieron a Israel en el acontecimiento Éxodo haya abrazado la Fe del converso, agarrada al llamado como San Pablo cuando cayó del caballo. Es curiosa la pataleta por Twitter de su socio el "comunista" y tan comunal su pensamiento que no dimite porque el aposento es común deseo de los que mandan, según su propio Evangelio.
No deja de llamar la atención que para un colectivo, más o menos -seguro menos- numeroso de población, los problemas y soluciones de la ciudad pasen por el entorno de Torrijos y Magistral González Francés, concretamente, en el espacio almenado que se inserta en medio. Algún hijo de la estirpe de Caín (yo mismo) se atreve a llamar a ese lugar Catedral. Y claro algo pasa en Córdoba cuando llamas a algo por el nombre en que se usa. Aumenta el paro en cinco mil personas, sube el impuesto de recogida de basuras y en breve el billete del autobús (que estamos en Córdoba y no en Madrid para hacernos los finos y llamarle bus).
Saben que miento. Del paro y de los impuestos la culpa es de los responsables de esas políticas y no de la titularidad de la fortificación almenada al estilo de Damasco. De que la alcaldesa conversa toque un martillo tampoco es del clero, ni de la alcaldesa paulina, sino de la cofradía que se lo permite y echa por tierra lo que los miembros de su equipo dijeron cuando hablaban de tasas, puertas o museos. El miedo es libre, pero siempre hace prisioneros.