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lunes, 12 de octubre de 2015

La Chicotá de Nandel: Llega el día de la Esperanza


Se aproxima el día. Se cuentan las horas en el corazón de algunas familias, las más arraigadas a su Hermandad, esa Hermandad peculiar, diferente, tanto por sus componentes como por sus ideas, su forma de ver las cosas, de disfrutar el día a día, entre Penas, pero con mucha Esperanza.

Llega la hora de, nuevamente, exportar desde un Templo, desde lo más profundo de sus corazones, aquello que más precian, que más sentido da algunas veces a la vida, no es otra cosa que sus Titulares, esos Sagrados Titulares que año tras año les han acompañado en las buenas, en las malas, tanto en la presentación de un nuevo ser querido como puede ser un hijo, y también en el llanto desconsolado ante la pérdida de por ejemplo un padre, encontrando allí consuelo, hablando hacia el cielo de San Andrés, intercediendo por su alma.

La Esperanza, es aquella Hermandad que se une a Córdoba, se ensambla como el niño y el caramelo, endulzando una mañana, una tarde de Domingo de Ramos, donde todos, absolutamente todos nos hemos vuelto a sentir niños, y el caramelo, no ha sido ni más ni menos que esos hombros dorados por el sol de un Señor que camina, entre sones flamencos, hacia un Calvario de Penas y Muerte, enjugada por las lágrimas de una niña, morena, salerosa, eterna y mágica como es Ella, Esperanza Nuestra.

Y es que la Esperanza, lo admitan o no lo admitan algunos, tiene ese algo que para algunos es hasta criticable en su exterior, insoportable incluso, que hace que hasta el más negado a entender una Semana Santa de “alegría”, de “júbilo y celebración”, arrodille su corazón ante Ella, viendo como Ella lo levanta, lo pone en pie, y solo recibe una sonrisa, sin más preámbulos para que todo enloquezca, y es que la Esperanza, lo admitan o no, es la alegre tristeza, la torpe excusa de algunos para aferrarse a una Semana Santa de oscurantismo y tristeza, negándola, cuando al final, nadie puede negar un amor tan lozano y fresco, tan jovial como juvenil, un amor, de quince años, el primer amor, que es lo que se experimenta cuando se ve caminar a la Esperanza.

Mira que hemos pasado por modas, los grandes pasos de misterio, las bandas, como ese gran suspiro de música, fuerza, compás latente que es La Agrupación de Linares. Pero nos ha quedado siempre ante las modas una sola cosa, y es que cuando todo se olvida, cuando pasan los años, el cofrade en su madurez más absoluta se queda con detalles, con momentos de Semanas Santas pasadas, y las ganas de Semanas Santas venideras, y la Esperanza, la Esperanza de encontrarla en una esquina, lúgubre, un giro ralentizado donde solo se escuche la voz del Capataz, con ánimos calés, casi no se escuche el platillo de su gran Banda de Música, más bien el aterciopelado abrazo entre la flauta con su bambalina, hay recuerdos que nunca se olvidan, y lo más importante, que siempre uno quiere volver a revivir.

Tendrán tiempo, no les quepa duda. La Hermandad, fuera de cortejos archi, mega, súper preparados, no conseguirá que algunos nos fijemos en cuestiones de protocolo, ni siquiera de la música, ni siquiera de los olores que esta Hermandad también nos trae, tan diferentes y diferenciados. Algunos, con el vaivén de la tarde, costero a costero, sostendremos como podamos a un corazón que grita Esperanza, que se queda huérfano de Penas, que sobresale del pecho para querer arrancar del pecho de una Madre su puñal, entre todos elevar con nuestra garganta, nuestra mirada, nuestra lágrima, que en ciertas tardes como la que nos espera será fácil. Y es que con la Esperanza es muy liviano decir que uno llora de alegría, sería más concreto y justo decir, que ¿quién no llora mientras entre el llanto ves que te sonríe la Madre de Dios?

Habrá quien vaya a la crítica. Habrá, quien no escuche una sola llamada de su corazón, que se aposte en decenas de sitios de la tarde, la noche, para poder luego contar cómo fue aquello que a él tanto le importa, el fallo, la no perfección marcada por su nivelito cultural y cofrade. Para él, mis condolencias, poco a poco irá quedándose sin corazón cofrade, y lo peor de todo, mientras otros flotarán camino a sus casas, sin querer volver a ellas, él solo caminará exhausto con un terrible dolor a pies.

La Hermandad de la Esperanza, 75 años de levantar odios frutos de la más pura envidia, 75 años ayudando a Cáritas o cualquier persona que ha necesitado Esperanza, 75 años de darnos excusas para reír cuando no había más que lugar para la Pena, 75 años de Penas entre bulerías, que hacían las Penas más alegres y necesarias para vivir, 75 años desde Santa Marina a San Andrés, derramando, impregnando una ciudad, su ciudad, de Esperanza para el día de mañana, poniendo luz en el horizonte como barco pesquero que faena en la mar, ese oscuro horizonte que poco a poco se va forjando en luminosidad y aliento entre el rezo y dos Imágenes que todo, absolutamente todo, han dado a la ciudad que celebrarán junto a Ellos 75 años, 75 años amigos, que se pueden resumir en lo que para Córdoba significa, lo que para esta ciudad es Ella, la Esperanza. Mírenla, háblenle, escúchenla, y antes de irse a casa, proclámenle ya enamorados de su mirada, Señora, Madre mía, SPES NOSTRA SALVE.

Fernando Blancas Muñoz 














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