El próximo 27 de marzo, cuando los acordes despidan a la Virgen de la Alegría en Santa Marina llegará el esperado momento del análisis, de volver la vista atrás y comprobar si la Semana Santa de 2016 fue histórica o quedó en un mero intento voluntarioso. Quiero pensar en lo primero, gracias al esfuerzo que durante estos últimos meses están llevando a cabo los responsables de las distintas hermandades.
La Catedral, antigua Basílica de San Vicente, se ha tornado en el objetivo a cumplir, la Ítaca no del poeta, sino de los cofrades. La empresa por la que, el simple hecho de recorrer el camino ya posibilita que haya merecido la pena. Sin recorrerlo -salga como salga-, nada de cuanto estamos viviendo merecería la pena. Pues las cofradías han dado, tras demasiado tiempo, un ejemplo de unidad y compromiso que tanto se echa en falta en otros ámbitos de la sociedad. Las diferencias o las dificultades en sí mismas, no hacen sino poner de manifiesto la magnitud de la empresa.
Sin embargo, todos vaticinamos que, una vez resuelta la problemática meramente técnica del paso de las hermandades, se pondrán en liza los reparos del gobierno municipal. Su fanfarria es simple, directa y, frecuentemente, torpe. Hablarán de seguridad y a nadie le extrañe que el mítico informe del Icomos retome la actualidad más castiza. Si no saben organizar una Cabalgata de Reyes, cómovan a resolver la seguridad de toda la Semana Santa, con o sin Catedral. Dios escribe derecho con renglones torcidos, así que fijemos nuestra suerte a los diputados mayores de gobierno que ofrecen más garantías que el Concejal de Seguridad.
Tres meses para ver un número más que elevado de nuevos capataces, de estrenos más que interesantes, de nuevas bandas y de confirmación de las que están, de altares de cultos y de esfuerzo ganado al tiempo. Y tres meses, ante todo, para afirmarnos en la idea y esperanza de que incrementará el número de nazarenos. Esperemos. Porque sin los verdaderos penitentes nada de lo que hemos hablado tiene su completo significado.