Si tenemos la oportunidad de pasear por las calles de nuestros pueblos y ciudades de Andalucía, nos llamará la atención las numerosas convocatorias de cultos, a veces superpuestas, en las jambas de los templos, el dulzón aroma a incienso que exhalan los sacros recintos a la caída del sol, el bombardeo desaforado de los dvd coleccionables, de las figuritas y de los pasitos por piezas. La ingente cantidad de “información cofrade”, mal tratada por algunos seudos periodistas, que llegan a hacer empalagosa y aborrecible, una rama de la prensa que en su día, vino a cubrir honrosamente un hueco importantísimo en la divulgación periodística de la religiosidad popular.
Inmersos en una Cuaresma que invade cada ápice de nuestra vida, con sus “ritos y sus reglas”, es fácil no reparar en lo que representa para los creyentes la misma. Hemos relativizado su significado y nuestras reflexiones están más próximas a las conclusiones tertulianas de las noticias del “capilleo”, que de la propia esencia del tiempo litúrgico que nos ocupa. Y es, permítanme decirlo, hasta lógico que así ocurra. Este es el tiempo para el tiempo. Durante estos cuarenta días, aplicamos la cuenta a tras del calendario personal e intransferible.
En los pulsos, vamos contando los latidos hacia atrás en función de los días que nos separan de los Quinarios, Triduos, Septenarios y Novenas, ha celebrar en honor de nuestras devociones.
Es la recta final hacia la Semana Santa, la que nos acelera los latidos del motor de la vida, cuando papeleta de sitio en mano, verificamos el estado de la túnica, la textura del costal y la ausencia de cera en los ternos oscuros.
Nos enredaremos en eternos debates de “prensa morada”, ya más bien “amarilla”, en lugar de ser conscientes de la brevedad del ser que tiene este tiempo en el que estamos, único, escaso, ansiado al fin.
Una oportunidad que la vida nos regala, para reconciliarnos con nosotros mismos y despojarnos del hábito de la vanidad y de la galería para los que muchos viven y a los que a muy pocos interesa.
Tendremos sin remedio, que volver los ojos a otros tiempos, para recuperar la esencia de este momento, si quiera sea por creernos a fe ciega, que somos simples moléculas en el cosmos y que lo que perdura en los tiempos son las obras que realicemos, en el nombre de Cristo y de su Bendita Madre. “Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris”.
Paz y Bien, hermanos y hermanas.
Irene Gallardo Flores
Recordatorio De canela y clavo: Entre el demérito y la ignominia