Blas J. Muñoz. Echa a andar por el camino solo. Repasa nuestro protagonista un viejo álbum. Es una tarde húmeda de Cuaresma. De regreso a casa, observa su propio rostro desdibujado en los charcos y piensa si bajo el agua y su imagen de artificio, se halla el mismo suelo de la infancia; el que recorrerá otras tarde de Viernes Santo, cuando la oscuridad navegaba las calles con su melancolía sinuosa.
Recuerda la casa de sus abuelos, el aroma de la comida de vigilia, el remozado fino de harina sobre el bacalao. El sol nuclear dejándose entrever tímidamente por la ventana, casi pidiendo permiso. La voz de la radio con unnhilo musical de marchas de palio concatenándose. La imaginación repasando lo vivido e ideando un futuro que entonces no sospechaba idealizado.
La tarde iba cayendo y, por la Calle de la Feria, ya se adivinaba la Cruz de Guía para, de repente, toparse de bruces con el Cristo descendiendo de la Cruz. La tarde desciende, la Semana también. La noche cae sobre el perfil lento y contrapuesto de la Cruz que va quedando vacía. La ciudad muere con él. Y Javier mira atónito el momento que precede al traslado.
Se descubre caminando hacia Él paso, sólo entre la gente. La hora de bajar hacia sus propios temores, el instante exacto en que mantener la esperanza. El momento en que se ve a sí mismo descendiendo hacia ti.
Fotos Eva María Pavón