Comenzó la mañana de lunes con una perspectiva en el horizonte, tras una semana hastiado de retomar -por unos días- aquella actividad casi olvidada. Aunque la sonrisa esté siempre dispuesta con pocos es totalmente abierta. Para unos cuantos sí que lo fue, pero ya les digo que la sensación era de cansancio y este quehacer tan solo fue una prórroga, un brindis desde el retiro.
Como les decía la mañana se presentaba con la ilusión de ver a un viejo amigo al que aguardan días de una felicidad distinta. Así que Marcos y yo nos dispusimos a tomar la calle y recibir la semana como se merece. Caminamos decididos y, sentados en el Marta el desayuno fue como el de los viejos tiempos con Joaquín. Tal vez -pensé-, todo haya cambiado para mí y, sin embargo, hablar de literatura, de la vida volvió a recordarme el porqué de mi impulso hacia adelante.
Me habló de su última novela, "Corazones en la oscuridad" y (no pregunten por qué) "El gran Felton" volvió intuitivamente a mi memoria. Entonces las cofradías las asumía de otra manera, con una digestión que creía más sublime matizada por su literatura de cera y altares. Aquella novela me hizo apercibirme de que la realidad, a veces, está más entre las hojas de un libro, en sus líneas hipnóticas, que en cualquier otro espacio.
La semana avanzó y, entre cuentas y cuentos, otra mañana caminé con Marcos (en una procesión tan nuestra y particular) a La República de las Letras, uno de los pocos espacios que restan en Córdoba para su tímida esperanza cultural. Compramos un ejemplar y supe que esa noche iba a volver a leer algo que no saliera de la pantalla del móvil. Ese hecho me agitó y me dio una esperanza de regresar a lo que más me gusta, antes que escribir, leer. Y más cuando se trata de Joaquín Pérez Azaústre, autor de alguna de las novelas de mi vida y con quien he tenido la suerte de compartir partes muy especiales de la misma.
En la noche que escribo este cáliz ya me aguarda, en el brazo del sillón, Corazones en la Oscuridad y vuelvo a sentirme más completo. En plena Cuaresma, descansar en el regazo de un libro, es un regalo infinito que, algún día, espero compartir con Marcos.
Blas J. Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: Una historia diferente