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lunes, 14 de marzo de 2016

Candelabro de cola: Aquel Viernes de Dolores para el recuerdo


Casi de puntillas, como quien no quiere la cosa, nos deja otra Cuaresma. Marchan con ella las tardes en que la oscuridad se imponía a la luz a horas tempranas. Ahora se vuelven las tornas y es la luz la que gana la batalla a las noches tempranas. Las primeras flores rosadas se asoman a las despobladas ramas de los almendros y el azahar ya espera para brotar de manera inminente en una calle de la Feria que aguarda impaciente su bautizo de primavera por la flor de sus hermosos naranjos. Bolsas por las que asoman puntas de capirotes rojos, negros, blancos, morados o azules pasean por la calle Alfonso XIII: pertenecen normalmente a infantes que, emocionados, nerviosos y alegres, cuentan los días para acompañar a su Cristo o a su Virgen por vez primera. El público entra en distintos establecimientos en busca de los preciados itinerarios. Los Cultos en los templos van tocando a su fin: es la hora de que los pasos tomen las mismas. Llegan los últimos besapies y besamanos y también los vía crucis. Será el próximo Viernes de Dolores cuando la ciudad vea en sus calles multitud de ellos.

Retrotrayéndonos en el tiempo, la memoria nos lleva a un Viernes de Dolores de finales de la década de los ochenta del siglo pasado. Estamos en la recoleta plaza del Cardenal Toledo y el multitudinario público congregado espera la salida de Nuestro Padre Jesús de la Sangre para realizar el piadoso ejercicio traído a Europa por el santo dominico Álvaro de Córdoba –que aún no es santo pese a que en su ciudad tenga una céntrica calle dedicada otorgándole tal dignidad-. La Hermandad del Císter es una de las grandes promesas de Córdoba. La Hermandad fundada por alumnos de la Salle tiene unos magníficos Titulares e incluso, aunque aún no hace carrera oficial, se sabe que ha realizado ya un espectacular paso de misterio: a la talla salida de la gubia de Antonio Eslava le acompañarán seis imágenes secundarias: tres soldados romanos, Pilatos, Claudia Prócula y Barrabás. Novedoso para una ciudad que, exceptuando el caso del Descendimiento –por aquella época aun procesionando a ruedas-, no conoce de pasos de misterios tan completos: la mayoría sumaban 4 imágenes sobre sus pasos (Sentencia, Coronación de Espinas, Paz y Esperanza). Del convento cisterciense comienza a salir el cortejo por la rampa instalada. Y de repente, Jesús de la Sangre, ataviado con túnica morada, Jesús de la Sangre se presenta ante el pueblo en un paso de madera que iluminan cuatro faroles. Crujen las maderas de las andas. Y suena la potente e inconfundible voz del fraile capuchino, alma mater de la joven Cofradía:

Primera estación: Jesús condenado a muerte.

Casi treinta años han pasado pero puedo recordar perfectamente la imagen de aquel día con Jesús alejándose camino de la plaza de Capuchinos, anunciando que la Semana Santa de aquel año estaba a punto de comenzar.


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