Guillermo Rodríguez. Se aproxima de manera inexorable el ecuador de la Semana Santa sin que la Córdoba Cofrade haya podido ser consciente de poco más que de unos detalles de la inmensa esencia que atesora la semana más maravillosa del año por mor de la inestabilidad meteorológica y de la influencia que las decisiones del Domingo tuvieron indudablemente en las del Lunes.
Con la mirada puesta en una nueva jornada, que quiera Dios el tiempo respete, los cofrades soñaremos con esas escenas insustituibles que configuran nuestro particular rosario de tesoros individuales que cada año configuran la peculiar secuencia de etapas que vamos cumpliendo para crear nuestra propia Semana Santa, única e irrepetible.
Una secuencia que nos llevará a la Iglesia del Juramento para ser testigos de cómo Córdoba entera enmudece ante la espectacular rotundidad del impresionante crucificado de la Universidad cuando sus costaleros le hagan atravesar el cancel de su templo para inundar con su crudeza la Plaza de San Rafael, o a la del Conde de Priego para acompañar a Jesucristo en una Agonía que siempre halla infinito consuelo en un barrio que jamás le abandona y en unos músicos que le regalan una oración perpetua de fusas y corcheas y que inexplicablemente sólo podrán ser disfrutados en esta ciudad detrás del Cristo del Naranjo.
Un caminar que nos llevará a la plaza del Císter, para constatar cómo el pueblo egoísta y olvidadizo prefiere salvar a Barrabás en lugar de quien vino a dar la vida por toda la humanidad, o a San Andrés para ser espectadores mudos del encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la Amargura y de la belleza infinita de la Virgen de la Caridad.
Y nos conduzca a la Plaza de San Juan o a su regreso a casa por la inmensidad de la calle Tesoro, de esa joya llamada Trinidad que navega eternamente entre un oleaje de devociones detrás de su hijo el Nazareno, para terminar a las orillas de María Auxiliadora, a unos instantes del Cielo viendo a Jesús traicionado y Prendido por el odio humano y a María de la Piedad exultante entre el amor inabarcable de un barrio que la espera impaciente el tiempo que sea preciso.
Hoy es Martes Santo, y ni la mayor de las tormentas puede cambiarlo. Ellos esperan a Córdoba, ¡vayamos a su encuentro!.