Conforme se acerca la hora de que las puertas de la gloria se abran de
par en par, hasta me cuesta más conciliar el sueño. Parece mentira, pero ha
pasado todo un año, estaré en los mismos sitios y volveré a disfrutar bajo la
trabajadera de mi Cristo del Amor. Todo será como siempre, pero a la vez como
nunca. Me volveré a ceñir el costal, pero el tacto con la madera será distinto,
volveré a admirar un paso de palio, pero de nuevo me volveré a enamorar de su
lírica. Otra vez llegarán a mis oídos el eco de la corneta y el tambor, pero
nunca sabré a ciencia cierta en qué momento aparecerá el nudo en mi garganta.
Jamás podré controlar en qué momento el incienso se colará dentro de mi alma. Y
por supuesto, para no olvidar el último de los sentidos, paladearé todo lo que
pueda la Semana Santa, pero una vez más me volverá a saber a poco.
Y no existe un por qué, simplemente es una cualidad inherente a la Semana
Santa. Cada momento que transcurre en los días de la Pasión es absolutamente
irrepetible e incomparable al resto. Por eso resulta tan vital para el cofrade
atrapar cada instante vivido con una Cofradía en la calle, para poder “alimentarse”
durante los días restantes del año. Aunque muchas veces resulta tan complicado
como tratar de atrapar el agua que cae de un grifo, puedes retener algunas
gotas, pero el resto… caen en el olvido. Son tan intensos esos momentos que no logramos cobijarlos bajo
el amparo de nuestra memoria. Reconozco que aún no ha llegado la Semana Santa y
ya tengo miedo de que se me esfume, incluso tengo un cierto sentimiento de
nostalgia por lo que se va a escapar, aunque no haya llegado. No tiene sentido,
pero así es la magia de las Cofradías, la poesía de lo efímero… Por ello, hay
que vivir y tener los sentidos y el corazón bien abierto estos días. No es
necesario presenciar el paso de todas las Hermandades por absolutamente todos
los puntos del recorrido, sino que lo primordial, a mi parecer, es saber escoger
el momento y el lugar y disfrutarlo con todo el alma.
En otro orden de cosas, y a modo de última reflexión pre-Semana Santa, me
gustaría plantear aquella cuestión que a buen seguro habrá surgido en sus
mentes en alguna ocasión. ¿Merece la pena? Ya saben, todo el sufrimiento, los
desengaños y desilusiones, las zancadillas y los desaires, y demás
contaminaciones del ecosistema de las Cofradías, ¿merecen la pena?… No les
negaré que más de una y más de dos veces me lo he planteado, pero recuerdo
aquello que me fue aconsejado de que absolutamente todo lo que se hiciera en el
seno de una Hermandad debiera ser hecho pensando única y exclusivamente en los
Sagrados Titulares. Y en ello me reafirmo cada vez que se encuentra uno
tribulado y acudo a las plantas de mi Cristo del Amor y mi Virgen de la
Esperanza. Es cruzar mi mirada con las suyas y todo lo demás pasa a un plano terciario,
deja de tener importancia en ese preciso instante. Hay quien dice que es una
locura, y no se lo discuto. Pero bendita locura la de poner los cinco sentidos
en las Cofradías, a pesar de los pesares…
José Barea