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martes, 10 de mayo de 2016

El Cirineo: Atentado Anticlerikal


Vivimos tiempos de zozobra, en los que palabras como honradez, veracidad o ecuanimidad hace mucho que desaparecieron del lenguaje común utilizado por los notarios de la realidad que se asoman a la opinión pública cada día, para transmitir lo que ocurre a quienes quieren ser informados. Cuando se lee un artículo, resulta inevitable esperar un lógico nivel de subjetividad, la objetividad absoluta en periodismo no existe, no se engañen, un personal punto de vista derivado de la peculiar apreciación que cada contador de historias aplica en lo que observa, que de este modo queda siempre tamizado por el pensamiento crítico que inevitablemente se implementa en la redacción de una noticia. 

Un mismo hecho por tanto puede ser percibido de manera muy diversa por dos personas diferentes y por tanto contado de manera completamente distinta en función de en qué parte del todo se apunte el foco o en base a determinados condicionantes adicionales como las creencias o la sensibilidad política o social individual. Para que todo el mundo me entienda, si una hermandad decide sustituir a su capataz, la noticia para unos será el cambio de propietario del martillo, para otros que la corporación decide prescindir del saliente y para otros observadores, la noticia estará en que ha depositado su confianza en quien accede al cargo. Es la misma noticia pero cada cual decide qué parte es la fundamental.

Abstrayéndonos de esta lógica, lo que en ningún caso resulta comprensible y debe situarse en el ámbito de lo censurable es la manipulación, el engaño y la tergiversación, la demonización de terceros por el mero hecho de ser competidores de mis amigos o en su caso la ocultación de los auténticos motivos de los que se deriva un hecho para dar a entender que son otros los fundamentos de una determinada consecuencia.

Este fin de semana ha vuelto a ocurrir. La estatua de Antonio Gómez Aguilar, quien fuese párroco de la Trinidad, fundador de la Obra Pía y “gran dinamizador de las cofradías de la ciudad en una época crucial”, como acertadamente manifestaba Blas J. Muñoz en Gente de Paz al redactar su noticia, ha sido objeto una vez más, y ya van cuatro si la memoria no me falla, de las iras de una piara de impresentables anormales y cobardes que han utilizado nuevamente la impunidad de la soledad y la ventaja de la oscuridad para descargar su odio miserable con nocturnidad y alevosía, sin duda por falta de lo que hay que tener para atacar aquello que odian a la cara y de frente, arriesgándose a una respuesta.

Ante estos hechos repugnantes, indiscutiblemente derivados de la condición de sacerdote de Gómez Aguilar cuya efigie, cabe recordar, fue sufragada vía donaciones particulares, al contrario de otras estatuas que se reparten por la geografía cordobesa sin que sufran daño alguno y hemos pagado usted y yo con nuestros impuestos, les gusten o no, y que se añaden a otros episodios de índole similar como las amenazantes pintadas aparecidas en la Parroquia de la Trinidad o los destrozos sufridos en los últimos años por el Cristo de los Faroles o la estatua de Manolete, ya saben, ese “asesino de animales franquista que toreaba republicanos para divertimento del generalísimo y los suyos” (#ironiaOn), el órgano oficial de propaganda de quienes llevan años exigiendo que nos roben a los cristianos lo que nos pertenece en virtud de la legalidad vigente vía expropiación, como si estuviésemos en una Venezuela cualquiera, los aplaudidores de esos odiadores profesionales que se esconden bajo el eufemismo de Córdoba “Laika”, los adalides del caos, que como ya saben consiste básicamente en llenarlo todo de bazofia para provocar una presunta revolución claramente antidemocrática que termine con el sistema establecido, tal y como ocurrió en 1931 (como dice el refrán: "a río revuelto ganancia de pescadores"), los defensores de quienes difaman, menosprecian y atacan sistemáticamente a más de la mitad de la población cordobesa montados en sus bicicletas perroflautas o amparados bajo siglas que precisamente estos días están cavando su propia fosa política, manipulan la realidad y dan a entender que los ataques sufridos por la imagen del sacerdote están dentro de un plan predeterminado para acabar con gran parte de las estatuas de la ciudad, una conspiración de cazadores de estatuas, que haría las delicias de Iker Jiménez, y que se distribuye estratégicamente por la ciudad para destruir las obras de cierto escultor, que debe tener poderosos enemigos fácticos, metiendo adicionalmente en el mismo saco unos golpes en la cara del sacerdote que han destrozado sus gafas y abollado parte de la figura y unos presuntos desperfectos derivados de los efectos de la lluvia y una limpieza de la fuente que contiene otra de sus estatuas afectadas.

Como ven, ninguna mención a la condición de sacerdote de Gómez Aguilar, como no la hubo cuando ocurrió en el pasado o se atacó al crucificado de Capuchinos o la efigie del torero, curiosamente tantas veces acusado de tener cierta ideología política. Se ocultan las verdaderas razones del ataque y se hace pasar por un nuevo caso de vandalismo juvenil sin importancia, de un episodio más protagonizado por cuatro niñatos que han elegido al azar la estatua de Gómez Aguilar para descargar sus frustraciones, haciendo gala de una puntería inconcebible y concurriendo un nivel de casualidad y una aplicación de la probabilidad estadística absolutamente increíble y digna de estudio matemático.

Todo sea porque no parezca que a consecuencia de determinadas políticas, de la continua predicación contra #todoloquehueleaincienso, de la campaña de desprestigio contra la Iglesia (la católica, contra otras religiones no tienen lo que hay que tener), del acoso y derribo a las cofradías (lo último que leí hace poco fue a cierto comparsista disfrazado de chirigotero, acusando a las hermandades, alucinen, de prohibir a sus miembros participar en el carnaval de Córdoba y culpabilizándolas de que en esta ciudad interese a cuatro gatos, en lugar de analizar por qué aquí todo el mundo prefiere ver la Final del Falla, incluido el comparsista que se fue a Cádiz a participar varias veces) y por último el insulto constante a sacerdotes y religiosos en general cuyos hábitos es prácticamente imposible ver aparecer en determinados medios de comunicación sin llevar asociados la palabra pederasta, se ha creado un caldo de cultivo que nos sitúa a cristianos, religiosos y cofrades en el punto de mira de quienes ahora nos odian mucho más que ayer pero menos que mañana.

Luego estos mismos cuentan historias, que ríen las gracias de quienes nos insultan, amplifican sus ataques e incluso en algún caso los alientan con informaciones tendenciosas, nos tratan como a gilipollas creando un engendro alternativo a su esencia natural, impregnándolo de incienso porque vende e inundando nuestro universo de “fotitos de santos” e informaciones de color blanco inmaculado que es lo que entusiasma a algunos. Y un buen número de cofrades, quiero creer que la mayor parte de ellos por desconocimiento, haciendo méritos para que se les trate como tales, retuiteando como si no hubiese un mañana y agradeciendo su “labor impagable” a quienes alientan la campaña a favor de la expropiación de la Catedral, aplauden la retirada de San Rafael del Ayuntamiento o enmascaran los ataques a la estatua de un sacerdote tras un presunto caso más de “violencia contra el mobiliario urbano” en lugar de lo que es, un ataque anticlerical, de lunes a jueves, mientras que el fin de semana recorren como locos cultos y procesiones realizando los reportajes con los que luego preñarán las redes sociales para obtener audiencia (y dinero) a nuestra costa. 

Dicen que en este país “tenemos lo que nos merecemos” y desde luego los cofrades no íbamos a ser una excepción, pero una cosa es que nos pisoteen y otra muy diferente es que lo hagan mientras guardamos silencio. El tiempo de las posiciones equidistantes va llegando a su fin. Por lo que a mí respecta, no tengo la menor intención de callar mientras la persecución se incrementa, más o menos veladamente, y la manipulación campa por sus respetos, otorgando carta de naturaleza a quienes pretenden tratarnos por imbéciles… que no le quepa duda a nadie. 


Guillermo Rodríguez






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