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martes, 12 de julio de 2016

El Arenal echa de menos a su Rosa


Blas J. Muñoz. A veces es difícil recordar la primera vez que la miraste porque siempre ha estado contigo. Puede ser una imagen u otra, de una gran ciudad con siglos de tradición o, por contra, el pueblo minúsculo que apenas sus habitantes conocen. Sin embargo, Ella siempre está ahí, esperando que la mires, esperando que compartas su dolor, aguardando salvarte de la pena con el gesto que reconforta.

Cuando Miguel Ángel concibió La Piedadalgo cambió para siempre. El concepto de la muerte, su tremendo vacío, la ausencia infinita que jamás encuentra consuelo, la supo reflejar en los dos planos que atormentan al hombre. Quien muere y quien le sobrevive para machacar las horas de oscuridad terrible. La Madre que pierde a la carne de su carne, la juventud marchita a la que la madurez sobrevive. Una antítesis tan cruel que no encuentra otro nombre posible que el de La Piedad.

En el Baratillo añoran su presencia en estos días en que Ella está siendo rejuvenecida por otras manos que la cuidan pero que no pueden consolarla, lejos de su Hijo. Porque la muerte se explica en Ella, en su dolor, en el tormento que describe la pesadumbre del cuello que se articula hacia Él para contemplar el absurdo. Pero en su mirada resta un hálito de comprensión, un diezmo de la ternura que se sume en la esperanza, en el destino comprendido de los hombres que caminan hacia la Salvación para la que Él tuvo que morir y ser apartado de su Madre.

Lo sostiene entre sus brazos y cas pueden escucharse los ecos del Sol en el pretérito de ortras Semanas Santas. Cuando Miguel Ángel concibió su Piedad estaba pensando en la manera que le sobrevendría, en el asentimiento estremecido del Barroco cercano, en cómo el arte traspasa el tiempo y nos entregó una herencia que se transformó en Rosa del Arenal, en Piedad de un barrio que trasciende a los hombres, a la ciudad y a su Semana Santa Y nos muestra la muerte, el último abrazo luctuoso, la tenue ilusión del reencuentro que vendrá y al que llaman vida eterna.

Foto Jesús Caparrós





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