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martes, 9 de agosto de 2016

Así fue el intenso curso electoral en la Córdoba Cofrade


Guillermo Rodríguez. El curso cofrade que hace apenas unas semanas hemos dejado atrás, ha gozado o adolecido, para gustos los colores, de un buen número de procesos electorales que han centrado la atención informativa y en ocasiones han añadido un punto de tensión alrededor de algunas de las corporaciones inmersas en el proceso. Lejos queda la época en la que las cofradías cordobesas pasaban de mano en mano prácticamente sin que existiese oposición al traspaso de poderes, habida cuenta de que el escaso volumen humano que constituía la realidad cotidiana de la mayor parte de las hermandades hacían materialmente imposible la concurrencia de más de una candidatura. Bastante había con que existiese la figura del sucesor que generalmente vivía el regalo como una carga y no como un premio.

No es que las cosas hayan cambiado en todas las hermandades. De hecho hemos sido testigos en los últimos años de episodios de solicitud de prórrogas y el riesgo cierto de tener que asumir el gobierno una junta gestora, materializado en algún caso, a consecuencia de la inexistencia de candidatos que deseasen hacerse con la vara dorada. En cambio en otras corporaciones, probablemente por el hecho de que el elemento humano es considerablemente más numeroso, y por el potencial de la hermandad presuntamente más atractivo –alguien debería explicar algún día este extremo- el hipotético prestigio derivado del cargo a ostentar ha posibilitado la aparición de más de un candidato convirtiendo en ocasiones el proceso electoral en luchas encarnizadas poco edificantes y sensiblemente alejadas de lo que debe imperar en un episodio de estas características.

El ejercicio que nos ha dejado ha sido rico y variado en este sentido. Hemos asistido a relevos en toda regla, a dimisiones más a menos forzadas por las circunstancias, a reelecciones triunfales al son de la magnífica labor desarrollada, a duras batallas con episodios concretos para olvidar e incluso a un triste fallecimiento que afligió a toda la Córdoba Cofrade y que obligó a unas nuevas elecciones en el plazo de unos meses.

Dice David Pinto Sáez -sin lugar a dudas uno los mejores ejemplos de cofrades con mayúsculas, con una inmensa valía personal y una enorme formación y preparación, que han optado por alejarse del mundanal ruido mientras se preñan nuestras cofradías de perfectos incompetentes- que "las cofradías no son más que el reflejo de la sociedad en la que se desenvuelven" –David sabrá perdonarme si la cita no es exacta-. Por ello resulta sumamente interesante echar la vista atrás y analizar cómo ha sido este curso cofrade en cuanto a los procesos electorales que, como dijimos al inicio, ha gozado o padecido, porque son una evidencia palpable de la realidad actual de nuestras hermandades, sus virtudes y sus enormes carencias.

La primera hermandad cordobesa que sometió a su cabildo de hermanos a la responsabilidad de determinar la persona que debía dirigir sus destinos fue la Expiración, que celebró sus elecciones el 13 de septiembre erigiéndose triunfador José Luis Cerezo con 159 votos a favor frente a los 59 obtenidos por Rafael Cuevas Mata y dos abstenciones, poniendo fin a un proceso que no estuvo exento de ciertas dosis de fricción. Cerezo sustituyó, tras un año de prórroga por no existir candidatos, a Rafael del Pino, que ahora forma parte de la junta de gobierno de la Agrupación de Cofradías que preside Francisco Gómez Sanmiguel. 

La Sagrada Cena celebró su cabildo de elecciones el 20 de septiembre en el que Manuel Bonilla recibió el respaldo mayoritario de sus hermanos por 77 votos a favor y uno en blanco sucediendo a Pedro Rojas tras un mandato de cuatro años. 

El 2 de octubre las miradas se volvieron hacia San Pedro por mor de la convocatoria a presidir la Misericordia. Aquel día José Carlos Larios Cruz fue elegido por unanimidad hermano mayor, en sustitución de Leopoldo Tena. Unas semanas después el 31 de octubre, quiso el Santísimo de la Misericordia llevarse a Larios a su lado, una triste noticia que llenó de consternación a toda la Córdoba Cofrade. Interinamente José Manuel Maqueda se hizo cargo de la hermandad hasta que el pasado 6 de julio, por unanimidad de los 53 asistentes, fue elegido máximo responsable de la cofradía del Miércoles Santo en una convocatoria celebrada al efecto.

El 8 de noviembre, la atención informativa se trasladó a la otra orilla del río, al Campo de la Verdad, donde la Hermandad del Rayo celebraba elecciones a Hermano Mayor a resultas de las cuales Carlos Arrebola salió elegido para relevar a Adela Hidalgo Fragero.

El 13 de diciembre Rafael Reyes era elegido, por unanimidad de los 48 hermanos que asistieron a la convocatoria, máximo representante de la Hermandad de la Virgen de Linares, sucediendo en su puesto a Antonio Rodriguez Carretero que a su vez se hizo cargo de la corporación lefítica tras la dimisión de su predecesor, Marcelino Barrera, que lo hizo acompañado en su decisión por toda su Junta de Gobierno en bloque.

En la Parroquia de Jesús Divino Obrero, se celebró el 20 de diciembre la jura de cargos de la Junta Gestora de la Hermandad del Amor, nombrada por la autoridad eclesiástica tras dos convocatorias suspendidas a consecuencia de no ser admitida ninguna de las candidaturas presentadas, lo que desembocó en una inestabilidad social derivada de presuntas desavenencias entre el párroco del Cerro y un sector de los hermanos de la corporación, con manifestaciones incluidas, y una considerable zozobra en las redes sociales que ha ido amainando paulatinamente a resultas del tiempo y el buen hacer de los actuales gestores de la cofradía.

San Hipólito fue testigo de un cabildo de elecciones el 27 de diciembre, en el cual Antonio Leiva fue reelegido hermano mayor por 70 votos a favor y 1 en contra. Una semanas más tarde, el 17 de enero, fue la Asamblea de hermanos del Socorro quién eligió a Antonio Manuel Pérez Lozano por unanimidad para convertirse en máximo responsable de la hermandad en sustitución de Juan José Pérez Lozano.

A partir de esa fecha, se produjo un lógico paréntesis por el desarrollo de la Cuaresma y la culminación de la Semana Santa así como el intenso mayo cofrade, de tal suerte que hubo que esperar a junio para que los procesos electorales volviesen a ocupar la primera plana de los medios de comunicación.

Así, el domingo 5 de junio, Carlos Recio Añón era elegido nuevo Hermano Mayor de la Hermandad de la Agonía relevando en su cargo a Francisco Carbonero tras obtener el respaldo mayoritario de sus hermanos y el 15 de junio José Antonio Salamanca era reelegido por unanimidad como responsable de la vara dorada de la Hermandad de la Sentencia. Dos corporaciones cuya excelente realidad quedó plasmada en dos procesos inmaculados.

En cambio, en medio de ambas convocatorias, el 7 de junio finalizó en la Soledad el plazo para presentar candidaturas sin que ningún candidato se hubiera postulado para hacerse cargo de la corporación de Santiago y el 14 del mismo mes, Javier Baena Márquez presentaba su dimisión como Hermano Mayor de la Esperanza.

El penúltimo episodio de este intensísimo año cofrade electoral tuvo en Santa Marina el pasado 29 de junio, fecha en la que Francisco Ruiz Abril, por 69 votos a favor, 4 en contra y 4 abstenciones fue elegido nuevo Hermano Mayor del Resucitado sucediendo en el cargo a Manuel Murillo que, al igual que ocurriera con Rafael del Pino en la Expiración, forma parte de la Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías.

El ciclo vivió su capítulo final hace tan sólo unos días, el 21 de julio, fecha en la que trascendía a la opinión pública la dimisión presentada por Rafael Peinado Rojano como cabeza visible de la Hermandad de la Entrada Triunfal, lo que desencadenó el proceso que marcan las reglas de la corporación en aras de la necesaria sustitución a través de un cabildo de elecciones que designe al nuevo Hermano Mayor. Una convocatoria que debería convertirse en el pistoletazo de salida de un nuevo año electoral en la Córdoba Cofrade.




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