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sábado, 20 de agosto de 2016

Sin ánimo de ofender: Detalles por pulir


Como era de esperar, mucho se ha comentado a lo largo de los últimos días la tradicional salida de Nuestra Señora del Tránsito que, especialmente en esta ocasión, fue recibida con gran ilusión y cariño logrando congregar en su recorrido a un elevado número de personas que, desde hace ya mucho tiempo, no se limita a los vecinos del Alcázar Viejo, sino que más allá de esa frontera invisible que a veces parece separar los barrios del resto de la ciudad, la procesión que cada año nos acerca a la Virgen yacente de San Basilio consiguió atraer incluso a esos típicos grupos turistas que miran – y admiran – con gran curiosidad cada uno de los detalles que dibujan la escena.

Se materializaba así el marco de un momento en el que la noche empezaba a caer progresivamente y el anhelado olor a incienso invadía un Patio de los Naranjos que congregaba en su interior al gran número de gente que quiso acompañar en su día a la Virgen de Acá, concediendo al fin a nuestras tradiciones la importancia que se merecen con este sencillo aunque significativo gesto, sobre todo en un mes en el que Córdoba se caracteriza por su asfixiante calor y la consiguiente desbandada de sus habitantes.

Sin embargo y desgraciadamente, parece ser cada vez más complicado alejar esa serie de feas costumbres que, de nuevo, volvemos a aceptar erróneamente, restándole importancia a pesar de conseguir empañar los momentos tan emotivos que Córdoba se disponía a vivir el pasado 15 de agosto. Más aún cuando son algunos de los miembros del propio cortejo de la Virgen los que pierden esa seriedad siempre imprescindible en una procesión, rompiendo a veces las líneas establecidas para acercarse a interactuar con los espectadores o incluso para sacar el móvil con absoluta naturalidad.

Esa formación de la que tanto se habla de fomentar como parte de los proyectos presentados, especialmente por las nuevas juntas de gobierno, parece suponer en muchas ocasiones un verdadero reto frente a estas conductas tan normalizadas y que, por mucho que se intente, no pueden de ningún modo justificarse con la espontaneidad o la cotidianidad y auténtica dependencia que actualmente crean los dispositivos móviles, ya que cuando alguien asume su participación en una salida procesional, debe también asumir que este contexto precisa de la formalidad suficiente como para descartar durante todo el recorrido ceder a la tentación de mirar la hora en el teléfono, acercarse a saludar a un familiar o tomar una fotografía, muy posiblemente pensando más en la cualidad “escaparate” de las redes sociales que en el compromiso y la atención que la situación requiere.


Esther Mª Ojeda

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