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sábado, 24 de septiembre de 2016

El regalo más hermoso de Fray Ricardo a la Virgen de la Merced


Guillermo Rodríguez. Dicen que las relaciones más íntimas, las más profundas, se construyen entre madres e hijos. Probablemente esta premisa, como todas las generalizaciones, encierra intrínsicamente un poso de verdad, por reducido que este pueda llegar a ser. Eso sucede entre el cristiano, el cofrade y el devoto con la Virgen María que es Madre del Salvador pero también de todos los que profesamos la inequívoca creencia de que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que desarrollamos una conexión probablemente inexplicable para quienes no comparten nuestra escala de valores y nuestras convicciones, pero que se evidencia en cada ocasión en que nuestra mirada se cruza con la de Aquella que ocupa el altar de nuestras devociones.

Esta noche, en San Antonio de Padua, los hermanos de la Merced han podido asistir a uno de esos instantes íntimos entre un hijo y una Madre, protagonizado por uno de los personajes fundamentales de la Semana Santa cordobesa. Muchos son los sentimientos que despierta el nombre de Ricardo Olmo para sus conocidos, Fray Ricardo de Córdoba para el común de los mortales y Ricardo, a secas para los que aprendimos a quererle como es, como artista integral y como persona, como creador de la innegable evolución patrimonial experimentada por la Semana Santa de Córdoba en el último cuarto del siglo XX, imposible si su figura no hubiese emergido con inusitada fuerza a orillas del Cristo de los Faroles. 

Vestidor, diseñador, poeta... un artista multidisciplinar de cuya mano llegaron a Córdoba imágenes marianas y cristíferas, como el Señor del Silencio cuya llegada se recuerda con fuerza en estos días, y cuya impronta marcó para siempre la idiosincrasia de prácticamente todas las hermandades de la ciudad de San Rafael, de una manera u otra. Si tuviésemos que acentuar su incuestionable influencia, podríamos hacerlo rememorando muchas de sus obras que cuajan el patrimonio de buena parte de las hermandades de Córdoba. Una de ellas es la Hermandad de la Merced, a la que siempre consideró su casa y con la que le liga una vinculación perpetua que se materializa cada vez que sus labios pronuncia el nombre de Merced.

Por eso el gesto que esta noche ha tenido Fray Ricardo ha estado lleno de esa verdad que emana del más profundo de los sentimientos. Al termino de la eucaristía que cumplía el tercer día del ciclo celebrado en honor de Santa María de la Merced, el fraile capuchino ha tomado la palabra para anunciar tres hermosas ofrendas para la bella dolorosa de Buiza. Fray Ricardo, persona temperamental, con una sensibilidad a flor de piel que no deja indiferente a nadie, ha hecho vivir a los presentes un instante único e irrepetible.

El cáliz que le regalo la hermandad hace 40 años, precisamente los años que Ella cumple y los años que él lleva ejerciendo el sacerdocio, una reliquia auténtica de San Antonio de Padua y una casulla en tisú blanca bordada, regalo de sus tías. Tres hermosos presentes que más allá de su valor patrimonial encierran un valor sentimental cargado de significado, pleno de emoción y de autenticidad, que evidencia su amor verdadero a Santa María de la Merced. Ricardo le ha hecho tres ofrendas hoy a su Madre, pero el mayor de sus regalos se lo hizo en el mismo momento en que sus vidas se cruzaron, hace tantos años... su amor eterno y sincero, su devoción desinteresada, y la vinculación perenne que no puede apaciguar ni el tiempo ni la distancia.

Un regalo que complementa al escapulario de mano bordado que le ha brindado a la Virgen un un grupo de devotos que lucía en su mano supone una recuperación histórica, ya que la anterior imagen mariana de la Cofradía, portó igualmente en su mano derecha un escapulario, que forma parte de la iconografía mercedaria y al magnífico escapulario bordado en oro fino realizado por Antonio Villar regalo de la Juventud Mercedaria.


Foto Antonio Poyato










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