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sábado, 29 de octubre de 2016

Enfoque: Halloween y La Macarena


José Barea. Final de octubre y el cuento se repite año tras año. Halloween nos trae de cabeza una vez más, y corrientes de opinión situadas en polos opuestos tratan de imponer su pensamiento. Desde aquellos que se aferran a cualquier tradición extranjera con tal de tratar de pisotear las tradiciones históricamente arraigadas en nuestro país, hasta aquellos temerosos de las culturas ajenas que las rechazan por definición. Ni tanto, ni tan calvo. Al igual que en la mayoría de situaciones, los extremos nunca son buenos.

Hay una conocida imagen, que muchos habremos visto estos días por las redes sociales, que dice así: "Que celebremos Halloween es como si en Wisconsin bajasen de romería por el Missisippi al Cristo de los Faroles". En clave de sarcasmo, lo cierto es que una afirmación así queda un tanto obsoleta a las alturas de la historia que estamos. Quizá sea hora de buscar otro tipo de comparación, puesto que en los propios Estados Unidos, concretamente en Miami, procesiona cada Viernes Santo la Hermandad del Cristo Cautivo de Medinaceli y la Esperanza Macarena, que llegó a Miami en el año 1997 a través de unos empresarios sevillanos. Vivimos en un mundo plenamente globalizado, en el que hay sitio tanto para las calabazas en el barrio de Triana como para un paso de palio por las calles de una ciudad estadounidense.

Sin embargo, hemos de vivir en una situación de equilibrio con respecto a esta cuestión. Aceptar tradiciones foráneas no implica su adopción a ciegas sin análisis previo ni realización del pertinente juicio crítico, y por supuesto, no puede -no debe- sustituir ni arrinconar a las tradiciones que conforman nuestra identidad como país de forma histórica. No es lógico que se deje de celebrar en nuestra tierra la Festividad de Todos los Santos para ponerse a disfrazarse y pedir caramelos de puerta en puerta, dicho a grosso modo. Ni que cristianos celebren más el culto a la muerte en Halloween que el culto a la vida con la Santa Eucaristía. Ni que se retiren crucifijos de las escuelas.

Yo no soy dudoso ni tibio en este tema. Ni he celebrado, ni celebro, ni celebraré Halloween. Y me choca en cierta medida, por qué no decirlo, ver a todos esos que se dan golpes de pecho en Semana Santa presumiendo de ser los más cofrades -y cristianos, aunque les pese- del mundo, acudir a fiestas de Halloween disfrazados de zombies y muertos vivientes. Pero no lo rechazo frontalmente. Es más, considero positivo que se conozca esta festividad como medio de conocimiento de otras culturas, algo que, sin duda, es el primer paso para respetar a todo aquel que provenga de realidades culturales distintas a la nuestra.

Imagínense que los estadounidenses no hubieran permitido que el Medinaceli y la Esperanza de Miami procesionaran por sus calles, por ser una tradición española. ¡La que hubiéramos liado aquí abajo! Les tildaríamos de no respetar las creencias y de rechazar los elementos culturales ajenos a su país, como mínimo. El intercambio cultural no tiene por qué ser perjudicial, siempre y cuando se sepa de dónde venimos con respecto a nuestro propio legado, y siempre y cuando se adopte una visión crítica, desde el respeto, de las culturas ajenas.

Hay cosas a las que los cristianos, y los cofrades por extensión, deberíamos temer más. Unos cuantos niños disfrazados pidiendo caramelos y decorando calabazas en los colegios dan mucho menos miedo que los enemigos que tenemos dentro de nuestras propias Cofradías, que las utilizan con el único fin del lucimiento y la promoción personal. Esos sí que dan miedo...



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