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jueves, 27 de octubre de 2016

Mi luz interior: El cuento del caudillo del pueblo


Hoy vengo a rogarles un ejercicio de imaginación; les voy a contar un cuento. Cierren los ojos un momento. Concéntrense y respiren hondo… Imaginen… Érase una vez un país que, en medio de la ausencia de opciones alternativas, celebró elecciones a resultas de las cuales fue elegido un señor amante de las causas revolucionarias, un ser dotado de una conciencia a prueba de bomba, un perfecto caballero con un trato exquisito con quienes le rodean, amigos y enemigos, un hermano, en toda la extensión de la palabra, que ya demostró su valía personal en un antiguo episodio relacionado con la posibilidad de utilizar las ventajas del altruista país vecino para no limitar las dimensiones de futuros proyectos, posibilidad tumbada en un referéndum cuyo resultado desembocó en una dimisión y una posterior refriega judicial.

El día en que nuestro protagonista dio a conocer al universo los incalculables dones que regalaría a la colectividad a la que venía a salvar del desastre, anunció un gran proyecto patrimonial que debería centrar todos los esfuerzos de sus conciudadanos reduciendo a la mínima expresión cualquier gasto que no tuviese por destino el ilusionante objetivo. Para dejar constancia de que pertenecía a esa raza de seres elegidos que jamás se pliegan a las imposiciones de los poderes fácticos, antes incluso de tomar posesión del gobierno, se apresuró a anunciar a los cuatro vientos que jamás permitiría que el navío cuyo timón le había tocado en suerte manejar se viese sometido por el yugo opresor de quienes siempre pretenden aplastar la libertad del pueblo. Los primeros días de su mandato evidenciaron de manera fehaciente que otro estilo, amparado en la sensatez, la mesura, la sinceridad y la elegancia había llegado de su mano, para ilustrar a quienes habían sido incapaces de comprender que otro mundo era posible.

En un ejercicio de destreza y alta política, el caudillo documentó por escrito las quejas legítimas derivadas de la injusticia emanada del poder detentado despóticamente por quienes tenían la baraja en sus manos. Una injusticia que pretendía, nada menos que obligar a obrar en función de la decisión adoptada por la mayoría. El conato de rebelión, ante semejante abuso, difundida a través de los medios aliados, y la advertencia de que la escisión y la independencia era una opción que siempre se hallaba encima de la mesa, fueron acciones más que suficientes para que el resto de la humanidad adquiriese conciencia de que se encontraba frente a un elegido por los cielos, un ser rotundamente excepcional, un revolucionario que alteraría las reglas del universo conocido, un mesías…

Sin embargo, nada podría conseguir que el líder perdiese de vista su objetivo ni un solo momento y por esa razón decidió, apoyado en su incondicional equipo de gobierno, eliminar radicalmente cualquier gasto superfluo que pudiese perjudicar la consecución del gran proyecto que legaría a la posteridad. ¿Qué importancia podía tener prescindir de adornos estériles ante la posibilidad de pasar a los anales de la historia de su país como el dirigente que logró alcanzar el sueño que tantos habían soñado?. Con una impecable elegancia, característica innata de su personalidad, rompió amarras con la causa inequívoca que negaba a sus gobernados cumplir el sueño que les había sido prometido. Si estaba claro que esa y no otra, era la causa de que el objetivo no hubiese sido alcanzado en el pasado, estaba plenamente justificado obrar en consecuencia y además informar de que era la única forma posible de alcanzar el sueño, aunque supusiera culpabilizar públicamente a quienes, sin lugar a dudas, tenían la culpa.

Simultáneamente contactó con una alternativa para negociar un futuro sin hipotecas a quienes recibió en su feudo y aseguró un futuro de unión y parabienes mutuos. Tras un inquietante cambio de fecha original, la nueva cita para la confirmación oficial del acuerdo cerrado fue prefijada, las cifras acordadas y la palabra dada. Pero el destinó quiso jugarle una mala pasada a nuestro héroe. Otra alternativa, en el legítimo ejercicio de la defensa de sus intereses, ofreció sus servicios posibilitando reducir aún más la carga económica para las arcas de su negociado. Y las circunstancias obligaron al caudillo, muy a su pesar, a desdecirse de la palabra dada, fue inevitable. Una palabra que incluía la garantía de que el acuerdo estaba hecho y que solamente había tres o cuatro personas de su equipo que albergaban cierta resistencia que sería vencida merced a su capacidad innata para la negociación y la dialéctica. Todo quedaría perfectamente dilucidado en menos de una semana, en la próxima reunión de su equipo de gobierno prevista al efecto.

No obstante la aparición de la mencionada nueva alternativa convirtió en imparable modificar la elección. Y hacerlo ya, sin esperar a la próxima semana. Por ello nuestro prohombre, en base a su infinita honradez, contactó con aquellos con quienes había empeñado su palabra para ofrecer las explicaciones oportunas y justificar, con todo lujo de detalles, el cambio de parecer y los motivos que habían logrado lo imposible, como debe ser, a la cara, de frente, como hacen las personas que se visten por los pies, no fuese a interpretar nadie que alguien había engañado a alguien. Fue tal el ejercicio de honestidad del caudillo del pueblo, que los afectados no tuvieron por más que comprender la situación, hacerse cargo y agradecer a los dioses haber gozado de la fortuna incalculable de compartir un pedacito de su existencia junto a la luz cegadora de un ser excepcional, un hombre dotado de semejantes cualidades infinitas... y aplaudir. A fin de cuentas, no hay nada que una mirada a los ojos, una explicación sincera y un apretón de manos, con honestidad, no pueda lograr.

Y así termina nuestra historia. Con un reino que continuó desarrollando su lucha cotidiana con el orgullo del deber cumplido, con la certeza de estar gobernado por un caudillo honorable, que toma las decisiones que debe tomar y cuya palabra tiene un valor incalculable, que ofrece las explicaciones oportunas si las circunstancias obligan a cambiar de parecer, a la cara, de frente, sin tapujos, con la verdad por delante, sin ambages ni subterfugios y con la tranquilidad de que nadie jamás podrá decir que se sintió engañado ni utilizado por sus actos ni que jugaron con ellos a dos bandas. Un líder insustituible y un ejemplo para la humanidad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado... y sí, algunos comieron perdices.

He dicho

Sonia Moreno




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