Envidia sentí por no poder estar, por tener que conformarme con vivir en diferido esos pequeños momentos que se guardan en la memoria cuando tienes la suerte de vivirlos. Las imágenes y los sonidos que me llegaban a través de redes sociales no hacían más que convencerme de que lo que allí se vivía eran momentos históricos. Plazas y calles repletas de gente de todas las clases sociales, de todos los aspectos, culturas, razas e ideologías, ninguna nota discordante, solo silencio.
Digno de mención el respeto y saber estar de un pueblo barroco que cuida hasta el más ínfimo detalle, que no resta sino que siempre suma. Un pueblo que lleno sus calles de cofrades de todas las partes de Andalucía e hizo la mayor manifestación de fe que se puede hacer, acallando comentarios que rozan el insulto y calificaciones, que hasta ahora no habían tenido más respuesta que alguna brava salida como la tan conocida de Carlos Herrera.
En una tierra Mariana por excelencia, el Gran Poder llevo su mirada humilde y su caminar pausado hasta todo aquel que quiso, hasta todo aquel, creyente o no, practicante o no, que movido por un sentimiento difícilmente explicable alzo su mirada para implorar a su manera un poco de misericordia.
Manuel Orozco