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jueves, 24 de noviembre de 2016

Mi luz interior: Lo que funciona no se toca


Hay una máxima de obligado cumplimiento para todo dirigente que se precie: “Lo que funciona no se toca”. Evidentemente este principio se ve tamizado por la apreciación subjetiva de quien tiene que tomar decisiones, a la hora de analizar si una cosa está funcionando no. Y es que en cofradías, como en tantas cosas, dos y dos rara vez suman cuatro. De ahí que resulte extremadamente complicado determinar cuándo un sujeto decisor ha acertado o no cuando se aventura a modificar el status quo.

En el caso de las cuadrillas costaleras, el asunto adquiere un grado de complejidad más elevado, si cabe, porque a la cuestionable dificultad de discernir sí algo funciona o no –cuestión que no es baladí- se unen una serie de elementos accesorios que multiplican el problema hasta límites insospechados. En efecto no es fácil generalizar. Lo que para un capataz puede ser una cuadrilla perfecta que funciona de manera óptima, para un hermano mayor puede presentar notables carencias cuya única solución plausible pasa por la sustitución de su máximo responsable. En ocasiones se trata de carencias del calibre de “usted apoyó al candidato contrario y por tanto su cuadrilla anda hoy peor que ayer”. O del el estilo de “he caído en la cuenta de que la mayor de sus hombres no son hermanos de la cofradía y eso provoca que, de repente, el paso de palio que tiene usted la responsabilidad de guiar, se mueve peor que lo hacía antes de ayer”.

Las razones que puede alegar un máximo responsable de una hermandad para poner a un capataz de patitas en la calle pueden ser de lo más variopintas pero estén más o menos fundamentadas -ya les digo que la consideración de elemento subjetivo dificulta notablemente su análisis externo- en pocas ocasiones el dirigente que protagoniza la decisión, parece analizar en la profundidad que requiere el asunto, las consecuencias derivadas, bien por orgullo -si se le exige algo a un capataz y el capataz, presuntamente hace caso omiso, hay quien suele dejarse llevar más por la testosterona que por la materia gris- bien por estar seguro de las posibilidades del sustituto. Y no tener perfectamente medidas las mencionadas consecuencias, puede provocar presentaciones cuya exigua asistencia de receptores del mensaje perfectamente podrían haber permitido su celebración en una de las antiguas cabinas telefónicas, igualas cimentadas a base de tirar de listas forasteras y el gozo de crear una cuadrilla de hermanos costaleros en el pozo de las decisiones equivocadas.

Claro que todo esto solamente podrá quedar definido con el paso del tiempo que será el juez que determine si realmente fue un acierto o no prescindir de quien fue por quien no sabemos si será, por mucho que sea. Sí, ya sé que me ha salido una especie de trabalenguas, pero el que la lleva la entiende y quien ya no la lleva también. Siempre he dicho que quien es elegido para un cargo de responsabilidad ha de tomar decisiones, que para esto está -no para encogerse de hombros, mirar a izquierda y derecha para que sean los demás quienes las tomen, y después filtrarlo todo a la prensa amiga-. Y a los que nos toca opinar sobre la actualidad cofrade, o del ámbito que sea, hemos de aplaudir cuando un máximo órgano de decisión se atreve a hacer su trabajo, decidir, asumiendo, eso sí, las consecuencias de sus actos, luego no se me enfaden si la jugada no sale bien y se les critica por ello. Pero al mismo tiempo, las decisiones deben fundamentarse en la razón no en el corazón y muchísimo menos en “poner los reales encima de la mesa”. Porque cuando uno se deja llevar por un arrebato, generalmente la decisión que se adopta suele ser errada –a veces herrada- y las consecuencias imprevisibles.

He dicho.

Sonia Moreno



Foto Benito Álvarez






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