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sábado, 26 de noviembre de 2016

Sin ánimo de ofender: No todo vale


Actualmente, a pesar de que los adelantos tecnológicos y las facilidades para compartir absolutamente todo de forma instantánea sean herramientas de gran utilidad – en tanto en cuanto se empleen con sensatez – lo cierto es que es muy posible que resulten ser instrumentos que actúen como un mero escaparate desde el que posar para la foto pertinente, con esa característica y simulada sonrisa que se desdibujará tan solo un segundo después de apretar el botón.

Ese hábito, sin duda el más recurrente en la cultura del “postureo”, ha conseguido extenderse por todos los ámbitos sin dejar excepción alguna a su paso, trayendo consigo constantes oleadas de poses, aparente cordialidad y una sobreexposición, a menudo ligada al ansiado protagonismo de quienes se colocan a sí mismos en el centro de la noticia en lugar de obrar con mayor sencillez y humildad, siendo consciente de que uno debe ser el medio y no el fin último.

Este ridículo y lamentable sistema nos regala de forma casi constante una inmensa cantidad de instantáneas llenas de personas más orgullosas de estar en el momento y el lugar indicados de lo que realmente podrían estar de sus propios hechos a los que, asimismo, se presuponen tan estrechamente unidos a sus convicciones y creencias. 

Quizá sea por eso que después de tanto predicar y vanagloriarse, uno no se explique cómo pueden suceder ciertas cosas en el interior de un templo tan hipotéticamente frecuentado y querido. Tristemente, estos se convierten con frecuencia en el escenario de penosos episodios protagonizados por supuestos cofrades que acuden a misa como el que fuese a pasearse sobre la alfombra roja o a sentarse en los últimos bancos, dando lugar a indiscretas tertulias como si de niños en el colegio se tratase. Aunque la situación puede ser aún más exasperante cuando se es consciente de que algunos de ellos, lejos de saber siquiera el procedimiento de una celebración de estas características, se encuentren incluso haciendo chistes, riendo “por lo bajo” o soltando a los más pequeños por la iglesia como si las naves de estas fuesen auténticas pistas de atletismo.

Dada la pasmosa asiduidad con la que hay que presenciar y sufrir este tipo de actitudes, tal vez valdría la pena detenerse a pensar por unos momentos en las razones que han conducido a estas recurrentes faltas de respeto y a la incomprensible necesidad de tolerarlas sin más, fomentando la pérdida de valores y de educación que sigue ganando terreno día a día dentro de la sociedad del “todo vale”.


Esther Mª Ojeda







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