Manuel Jesús Roldán. De la mítica Pan dora (“la que tiene todos los dones”) a la imagen de la virtud teológica de la Esperanza, sólo habría un paso. Un paso de siglos. Aunque las fuentes documentales no sean coincidentes, parece que a fines del siglo VI se remonta el origen de una oración que anunciaba la llegada de la Navidad, unas plegarias también conocidas como el rezo de las Oes. La explicación a su nombre estaba en el inicio de cada antífona rezada en la Liturgia de las Horas: O Sabiduría, O Vara de Jesé, O llave de David, O Rey de las Naciones, O Enmanuel... El rezo daría título a la más hermosa advocación, la de la fiesta de la Expectación, de la Esperanza o de la O.
Fe, Esperanza y Caridad. Virtudes teologales infundidas directamente por Dios y que fueron asentadas en la Edad Media por los Padres de la Iglesia, una nueva adaptación del antiguo concepto clásico de la virtud que lucha contra los males y los vicios que se convertiría en la base de la ética cristiana, junto a las llamadas virtudes cardinales (Fortaleza, Prudencia, Templanza y Justicia). La definitiva vuelta de tuerca sería la conversión de la virtud, con sus símbolos del ancla y del verde y las flores que preludian el nacimiento del fruto futuro, en la advocación más simbólica de la Virgen: María como modelo de espera en su gestación, una festividad titulada como Expectación del Parto o de la O que sería refrendada por Gregorio XIII en 1573. En aquel momento, la representación de la Virgen expectante ya tenía precedentes en Sevilla. Una miniatura del siglo XVI en un libro cantoral de la Catedral muestra a María en un trono gótico mientras sostiene una filacteria en la que se leen las primeras palabras del Salmo XXXIX: Exspectans Exspectavi Dominun… (“Aguardando aguardé al Señor”), en una representación que incluye elementos propios del Apocalipsis, como la media luna y un dragón que representa el Limbo donde los Justos del Antiguo Testamento esperan su redención por el Mesías. En el vientre lleva una embrionaria figura del Niño Jesús, gráfica representación del embarazo de la Virgen, en un disco solar que sería representado en otras imágenes posteriores.
Sin duda la más conocida es la Esperanza de San Martín, talla del siglo XVI muy reformada con posterioridad por Castillo Lastrucci, que fue titular de un desaparecido hospital titulado de la Expectación o de la O en el sitio de la antigua Correduría, junto a la Alameda. De ahí le viene el hermoso calificativo de Esperanza Divina Enfermera. Tuvo cofradía de tipo gremial, la de los pellejeros, y concitó la devoción de la nobleza de la ciudad, en especial de las mujeres embarazadas. Fue gran devoto suyo Diego Ortiz de Zúñiga, uno de los primeros historiadores de la ciudad, que dispuso ser enterrado a los pies de su altar, colocando su símbolo, el ancla de la esperanza, en la portada de sus conocidos Anales.
Similares características debió presentar la Virgen de la Esperanza de la iglesia de Santiago, cercana en sus formas al taller de Roque Balduque, imaginero de origen flamenco que trabajó en la Sevilla de mediados del siglo XVI creando imágenes de la Virgen que serían copiadas durante décadas. Al igual que otras muchas tallas de gloria, fue alterada notablemente en el siglo XVIII para ser vestida con ropas naturales, aunque su fisonomía conserva los rasgos originales del tardorrenacimiento escultórico sevillano. Completaría este recorrido la Virgen de la Expectación de la iglesia de Santiago de Castilleja de la Cuesta, obra en madera policromada ya de comienzos del siglo XVII que muestra a la Virgen arrodillada y con un hueco en el vientre en el que se le colocaba una pequeña imagen del Niño Jesús, conservando, afortunadamente, la policromía y la talla original. Suele portar una cinta que se presta a las mujeres en sus partos.
La advocación de la Esperanza en las cofradías penitenciales hay que buscarla en corporaciones de gloria. Posiblemente la más antigua sea la hermandad trianera de la Esperanza, vinculada al gremio de los marineros o mareantes, fundada en el desaparecido convento del Espíritu Santo y que debió existir ya en torno a 1530-40, aunque algunas fuentes incluso remontan su origen al siglo anterior. A finales del siglo XVI se vio envuelta en un pleito con la cofradía de la Vera Cruz por uno de esos temas de importancia en las cofradía: el uso del color verde en sus cirios, prerrogativa exclusiva de la histórica hermandad del convento de San Francisco. En 1599 el Provisor daría la razón a la hermandad franciscana aunque se desconoce el efecto posterior de la sentencia. Sí es conocida que la fusión de la hermandad de la Esperanza con la de las Tres Caídas y con la de San Juan daría lugar a la actual hermandad de la Madrugada.
Orígenes históricos pero con la advocación de la Esperanza en un segundo plano. También a mediados del siglo XVI existía ya la hermandad de la Esperanza Trinitaria, aunque el título empleado hiciera alusión a la iconografía de la Pasión: las Cinco Llagas. La advocación de la Esperanza seguía manteniendo un carácter de gloria del que no se desprenderían la mayoría de las corporaciones hasta comienzos del siglo XVII. En 1566 serían aprobadas por el Provisor del Arzobispado la regla de gobierno de la hermandad de la O, otro caso de convivencia entre la hermandad hospitalaria (titulada de Santa Brígida) y la dedicada a la advocación de la O, con reglas ratificadas en 1589 en las que se establecían los cultos a Santa Brígida y a las Santa Justa y Rufina en convivencia con el carácter penitencial, culminado con la procesión de la noche del Jueves Santo y de la mañana del Domingo de Resurrección. Otro caso ilustrativo es el de la hermandad de la Macarena. La Cofradía de Nuestra Señora de la Esperanza, con reglas aprobadas por el provisor del Arzobispado el 24 de noviembre de 1595, fue fundada en el convento de San Basilio, en la calle Relator, en una congregación hospitalaria cuyos fines principales eran la asistencia a los enfermos, la caridad activa y diversas prácticas penitenciales como el rezo de rodillas los lunes miércoles y viernes. Habría que esperar a la tercera década del siglo XVII para que el carácter penitencial privado pasara a ser público, con la salida procesional el Viernes Santo. Tras el muñidor con la campanilla, la cruz de guía, las mujeres con vela, los hermanos de luz y las trompetas destempladas, procesionaría un Crucificado al que seguirían los nazarenos penitentes que precedían a la Esperanza, enlutada según el canon estético de la época: el verde que podían mostrar las imágenes de gloria no llegaba todavía a las imágenes penitenciales. El color de la primavera, de la vegetación, del renacimiento, la palabra latina “viride”, (fresco o floreciente), todavía no cuadraba con el carácter penitencial de la Pasión. Algo similar ocurría con los títulos, ya que durante el siglo XVII siguieron empleándose los alusivos a la escena pasionista en detrimento de la advocación de la Esperanza: las Cinco Llagas, la Injusta Sentencia de Nuestro Señor Jesucristo o las Tres Caídas de Nuestro Señor.
A lo largo del siglo XVIII y especialmente en el siglo XIX se acabaría imponiendo la advocación de la Esperanza. Las aportaciones románticas de Astorga (Trinidad, Esperanza de Triana), los atrevimientos de Rodríguez Ojeda (el empleo del verde en las Dolorosas) y nuevas creaciones (Gracia y Esperanza de San Roque) conformarían la actual imagen de la Esperanza en nuestra ciudad. Una vez más, la penitencia triunfando sobre la gloria. Un larga historia que pasa por la mítica hija de Hefestos, por la imagen de Eva, por el ancla de la virtud teologal, por la mujer apocalíptica embarazada y revestida de sol, por el verde del renacer a la vida y por la expectación ante el Tiempo Nuevo que ha de venir. Todo pasa y todo queda. En la caja de Pandora sevillana queda la Esperanza.
Publicado en la revista Pasión en Sevilla nº 42. Diciembre de 2011