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sábado, 31 de diciembre de 2016

La antigua y olvidada cofradía de la Pasión de Córdoba


Esther Mª Ojeda. "Y por último observa otra combinación no menos pintoresca de estos dos estilos con el Greco Romano en los interiores del convento de los Santos Mártires Acisclo y Victoria, reunificado en tiempos de Felipe II -el patio principal que hay subsiste, aunque ya muy arruinado, se presenta rodeado de ligera arquería latina de dos cuerpos, el superior con capiteles árabes y un antepecho corrido y perforado que conserva restos de azulejos de relieve- a la parte del río.

Hay un pequeño recinto con la bóveda desplomada, y el pavimento cubierto de espesa yerba; y en él una preciosa portalito de ladrillo agramilado, obra de albañilería limpia y hermosa en que se ven mezclados con gracias los tres estilos: es un arco de angrelado menudo, corre sobre él una cornisa romana y está flanqueado de dos delgadas columnillas gótica – bien conocemos la falsedad de este estilo mixto y los inconvenientes del sistema de decoración por hiladas horizontales cuando se usa en grande escala en los templos ojivales; pero tiene un no sé qué ,indefinible que seduce aquella especie de juguete arquitectónico, en aquel solitario recinto arruinado, donde el solemne murmullo del río quebrado en la presa de Molinos de Martos, parece arrullar el eterno y feliz sueño de los dos hermanos mártires.

La iglesia del Monasterio debió ser notable por más de un concepto; hoy sólo para angustia del corazón del que la visita conserva los soberbios escudos de armas de sus patronos (los condes de Torre cabrera, con las dos palmas de los santos mártires entrelazadas) en el muro de su presbiterio, y una riquísima techumbre de madera pintada y dorada, de peregrina labor morisca, que tal vez al trazar yo estas líneas será en vano objeto de tu curiosidad ansiosa. – Hoy cerrada al culto, profanada, despojada, convertido en un almacén de maderas, ofrece difícil paso a la célebre capilla de los mártires de patronos de Córdoba, es te templo, cuyo pavimento cruzaba de rodillas desde la entrada, un monarca tan prepotente como Felipe II, cuando iba a venerar las santas reliquias de aquellos…”.


Así describía el escritor Pedro de Madrazo en su "Recuerdos y bellezas de España", editado en el año 1855, al Convento Dominico de los Santos Mártires, en el que en un principio estuvo establecida la desconocidísima y también desaparecida Cofradía de Nuestro Señor Jesucristo, cuya estancia se tiene documentada en el mes de febrero de 1573, momento en que el Hermano Mayor de la corporación se veía en la obligación de dar cuentas al visitador general del Obispado de Córdoba. Sería poco después, en los últimos años del siglo XVI cuando la hermandad empieza a sumirse en una profunda crisis que la forzaría a unirse a la cofradía de San Pedro Mártir, hecho que ya se había producido para el mes de mayo de 1597.

Sin embargo, su situación no sería en lo sucesivo mucho más estable, pues se tiene constancia de que la Hermandad de la Pasión se adentraría en un siglo XVII lleno de vaivenes hasta que, finalmente, ya en el siglo XVIII, se ve de nuevo fortalecida gracias al traslado de la corporación a la también hoy ruinosa Iglesia de Campo Madre de Dios, la cual estaba dirigida por los terciarios regulares de San Francisco. 

Hasta el día de hoy ha sido posible conservar la suficiente información como para afirmar con certeza que un gran porcentaje de los integrantes de la cofradía pertenecían al pueblo llano, destacando asimismo la considerable influencia de artesanos y mercaderes en la vida de la hermandad. Una vida, que al igual que en el caso de la primitiva cofradía del Santo Cristo de la Salud y otras tantas, se desarrollaba gracias a las limosnas aportadas y las cuotas de los miembros de la corporación, pues estas eran con mucho la principal fuente de ingresos.

Lejos de tener un día fijo de salida, la Cofradía de Nuestro Señor Jesucristo realizaba su estación de penitencia en la jornada del Miércoles o Jueves Santo, indistintamente, llegando a ponerse en la calle con la hoy asombrosa cifra de siete pasos presentando toda una organizada secuencia establecida del siguiente modo: la Oración en el Huerto, el Ecce Homo, Jesús Nazareno, un crucificado, María Santísima de los Dolores, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena. 

No obstante, la corporación se vería abocada a nuevos períodos de decadencia hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Dependiendo del estado de su economía, la hermandad de Campo Madre de Dios realizaría o no su salida procesional, haciéndolo cuando la situación lo permitía en la tarde del Miércoles Santo, quedando su actividad religiosa reducida a este único día a lo largo de todo el año. Siempre con un ojo puesto en las cuentas de la cofradía, los gastos generados de la estación de penitencia del año 1771 ascendían a la cifra de 1.100 reales, cantidad que pudo afortunadamente abonarse gracias a los donativos aportados por los fieles.

Con estos antecedentes la hermandad entraba al fin en un siglo XIX en el que dejó de ser conocida como la Cofradía de Nuestro Señor Jesucristo para pasar a popularizarse como la de Jesús del Huerto, puesto que, tal y como se ha explicado anteriormente, era esta la advocación de la imagen probablemente más célebre de cuantas formaban parte de su desfile procesional. Ya en esta nueva época, los mencionados mercaderes y artesanos se verían sustituidos por un predominante sector perteneciente al gremio de los hortelanos.

En ese mismo siglo, concretamente en el año de 1819, se realizó un informe que ha conseguido demostrar que, por aquel entonces, la Cofradía de la Pasión de Cristo recorría las calles cordobesas en la misma tarde del Miércoles Santo, partiendo para tal fin desde el Convento de Madre de Dios. Al menos en esta ocasión, es posible concretar la indumentaria de los hermanos que conformaban el desfile, quienes lucían túnica de holandilla morada para acompañar el mismo número de pasos especificado antes, destacando la presencia de un crucificado.

A pesar de los esfuerzos realizados a través de los siglos por una hermandad que nunca cayó en el desánimo ni en la resignación de ver su trabajo reducido a la nada – ni siquiera con el saqueo a Córdoba por parte de los franceses en 1808, durante el que se dice que en dicho templo “se llevaron toda la ropa que encontraron, hasta los manteles de los altares y los vestidos de las imágenes, muchas de las que hicieron pedazos, como sucedió a la Concepción, San Diego, Santa Rosa de Viterbo, Santa Margarita y la Virgen de los Remedios, dejando completamente deshechas y también destrozadas la de los Dolores, cuatro de Jesús, San Francisco, San Luis, San Ivo y Santa Isabel, reina de Hungría” – el siglo XIX esperaba a la cofradía con un nuevo revés que llegaba con la entrada en vigor del reglamento de 1820, el cual concluyó con la supresión de las procesiones de la Semana Santa cordobesa, condenando a la Hermandad de la Pasión a un final sin alternativa y dejando a las generaciones posteriores con muchas preguntas, aparentemente sin respuesta.


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