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miércoles, 28 de diciembre de 2016

La historia que rodeó a la bendición de la Reina de los Ángeles


Esther Mª Ojeda. Como ya recordábamos en anteriores publicaciones de Gente de Paz, la Hermandad del Císter parecía incorporarse al panorama cofrade cordobés con paso firme en la festividad de la Inmaculada del año 1976, asentándose en un principio en el célebre aunque discreto monasterio cisterciense. Por aquellos tiempos, la joven cofradía adoptaba como titular la imagen de una Virgen de Gloria que Antonio Eslava Rubio tenía intención de transformar en dolorosa como, en efecto, así fue. 

A pesar de que la talla de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, realizada por el mencionado imaginero sevillano llegaba a la corporación tan solo dos años después, la hermandad estaba convencida de querer ponerse por primera vez en la calle con un paso de palio. Este propósito hizo que la cofradía reparase en la postura, excesivamente erguida, de la primitiva Reina de los Ángeles, motivo por el cual se tomó la determinación de ponerse en contacto con el también sevillano Luis Álvarez Duarte para encargarle la hechura de una nueva dolorosa que se adaptase a sus necesidades y proyectos.

La bella y deseada obra de Duarte se hacía esperar, como la pieza clave de un futuro que parecía vaticinarse en la famosa fotografía tomada en 1980, la cual retrataba al popular Fray Ricardo de Córdoba junto a la Reina de los Ángeles y su satisfecho autor en el taller de este.

Y así, ese mismo año, la Hermandad del Císter podía al fin incorporar no solo a su nueva dolorosa, sino al grupo escultórico que Ella conformaba junto a su ya incondicional San Juan. Tras su llegada, solo quedaba pues aguardar a la ceremonia de bendición de sendas tallas llevada a cabo en la señalada fecha del 8 de diciembre, toda una noticia de la que, como cabía esperar, se hacía eco el Diario Córdoba.

Dicha bendición – celebrada al mediodía – estuvo presidida, como no podía ser de otro modo, por el entonces consiliario de la Hermandad de la Sangre, Fray Ricardo de Córdoba y supuso un inmenso aliciente para la comunidad cofrade, máxime teniendo en cuenta que el acto consiguió reunir a una ingente cantidad de personas entre las que también se contaban muchas de Sevilla y Málaga. Fue tal el atractivo, que la entonces sede de la cofradía en el Monasterio del Císter, ubicado en la Calle Carbonell y Morand, fue insuficiente para acoger a un curioso público. 

No se quedó ahí la labor de un entusiasta Fray Ricardo con respecto al grupo escultórico colocado frente al presbiterio, pues a continuación también ofició la misa posterior en la que no pudo dejar de dedicar unas hermosas palabras a las deseadas y recién llegadas imágenes. A los numerosos fieles agolpados en tan emotivo evento, cabía mencionar algunos miembros de la Agrupación de Cofradías – incluido el presidente – amén de hermanos de cofradías como la de la Esperanza de Málaga y la Esperanza de Triana así como el capitán del Sevilla, Pablo Blanco. Aunque si alguien captó la atención de los allí presentes, ese fue el propio Álvarez Duarte, que no quiso dejar de asistir al acto, convirtiéndose en objeto de cuantiosas felicitaciones.


El reconocido escultor había realizado ya unas 100 imágenes que lo convertían en un experimentado artista a pesar de contar tan solo 30 años, pues llevaba ni más ni menos que 15 años dedicado al modelado. “En mi imaginería hay de todo. Aunque me dedico a todo tipo de retratos, lo que más vibra en mí es la imaginería religiosa”, afirmaba Duarte a la par que establecía una evidente influencia de la escuela sevillana del siglo XVII sobre su producción, destacando, eso sí, a figuras tan notables como las de Juan de Mesa y Martínez Montañés.

Las de la Reina de los Ángeles y San Juan – ejecutadas en madera de cedro del Líbano, siendo la del discípulo una talla completa – no eran, ni mucho menos las primeras imágenes que el sevillano realizaba para la ciudad de Córdoba, pues anteriormente ya habían llegado a la ciudad califal la Virgen del Rosario de la Expiración, la del Desconsuelo de la Hermandad del Sepulcro, la Soledad de Santiago y la Virgen de la Encarnación del Amor. Con tales antecedentes, y a pesar del intenso trabajo que el grupo escultórico del Císter le había requerido el imaginero confesaba haberla hecho “de todo corazón” dado el cariño con el que Córdoba siempre lo había tratado.

Por otra parte, en aquella publicación correspondiente al martes 9 de diciembre de 1980, el Diario Córdoba hacía un repaso por la entonces brevísima trayectoria de la Hermandad de la Sangre, sin dejar de hacer referencia a la igualmente llamativa juventud de los propios miembros que hasta entonces la integraban – entre los 18 y 20 años –, dando lugar a una nómina de hermanos que ascendía a los 225 y cuyo máximo responsable era el también conocido Fernando Morillo-Velarde, de 20 años de edad. 

En aquel momento, el jovencísimo Hermano Mayor declaraba que la intención de la cofradía era iniciar sus salidas procesionales en un lapso de dos o tres años, ya que contaban con las imágenes necesarias así como con los varales y las parihuelas del paso sobre el que habría de mecerse la Reina de los Ángeles. Por otra parte, durante ese período de tiempo la hermandad habría de hacerse con las piezas restantes entre las que se encontraban el techo de palio, la candelería y las jarras además de algún que otro detalle. Sin duda un gasto considerable al que la cofradía del Císter pretendía hacer frente mediante rifas, loterías, aportaciones de la comunidad cofrade y lo recaudado con las cruces de mayo, de conformidad con la metodología empleada que había permitido a la corporación abonar la cifra de 560.000 pesetas al imaginero sevillano por la hechura de la Reina de los Ángeles y San Juan.

Así se ponía en marcha un proyecto común sobre el que Fray Ricardo afirmaba con convencimiento que “ser cofrade no es solo sacar una procesión a la calle; es tener, sobre todo, un algo dentro por el que se vive y se respira por todo lo que es cofradiero”. Añadía, asimismo, que aún no contaban con la aprobación de estatutos algunos aunque, desde el respeto y a diferencia de otras hermandades, sí podían presumir de tener una vida espiritual de gran intensidad, lo que consideraba aún más importante.

Como también recordaba el entonces consiliario, la Hermandad del Císter había nacido gracias al esfuerzo conjunto con los estudiantes y ex alumnos de La Salle – contando el apoyo del Monasterio del Císter y el Convento de los Capuchinos – tras unos ejercicios espirituales que él había dirigido años atrás para el curso de COU del mencionado colegio. Una iniciativa reforzada por la Cruz de Mayo que Fernando Morillo-Velarde y otros amigos instalaban en la Plaza del Cardenal Toledo. Tampoco tenía Fray Ricardo reparos en reconocer que muchos de los que al principio se quisieron sumar a la creación de la hermandad habían dejado de formar parte del proyecto, “lo cual demuestra que una cofradía tan joven tiene muchas veces la inestabilidad y la inmadurez o falta de constancia que tiene la juventud, aunque muchos otros se quedan a trabajar con fidelidad y desinterés”.

Fotografía Diario Córdoba
Fotografía El Libro de Oro de la Semana Santa de Córdoba




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