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jueves, 1 de diciembre de 2016

Racheando: Cuando realmente se puede llamar Caridad


Nos acercamos a la Navidad, unas fechas en las que todos nos reunimos con nuestros seres queridos para vivir unos días mágicos y entrañables, donde la caridad predomina, porque la careta de la hipocresía se nos ha caído a más de uno.

Es solo en estas fechas cuando muchos miran a los más desfavorecidos e intenta limpiar su conciencia dando donativos, regalando cosas que ya no usa, donando alimentos para los bancos o bolsas de caridad pero, ¿y el resto del año? El resto del año estamos en un mundo paralelo donde parecen no existir los pobres ni desfavorecidos, donde el mundo del "yo" es infinitamente superior al mundo del "nosotros". Donde la velocidad de la vida no nos permite parar a pensar que todos los días del año la gente necesita comer, necesita un sitio digno donde asearse, un sitio donde alojarse... ¿y quién hace eso? simple, las bolsas de caridad de muchas hermandades.

Las hermandades se vuelcan todo el año con los desfavorecidos, hacen recolectas, hacen certámenes solidarios, rifas, en definitiva, trabajan para esos que muchos ven sentados en un suelo al pasar corriendo a realizar sus quehaceres cotidianos, pero son ellos, las hermandades, quien les ofrecen techo, les ofrecen pan, les ofrecen agua, algo, que muchos de nosotros no somos capaces ni de pararnos a pensar en ellos, salvo cuando llega la Navidad.

Son las hermandades las que frenan en su día a día, las que echan horas para ayudar a los desfavorecidos, por muy poco que salga en prensa, durante los 365 días del año miles de voluntarios por España ofrecen su calor y su caridad, para que los demás no pasen demasiada hambre o sed.

Mientras, el resto de humanos que se vanaglorian de luchar contra la pobreza gritando en sede parlamentaria, critican la labor de la Iglesia o las Hermandades, mientras cobran sueldos de más de 3000€ pero a quienes tanto se suponen que defienden solo cobran 400€ en el mejor de los casos.

¿Qué se puede llamar caridad? Yo llamo caridad a lo que realizan las hermandades, esas que son criticadas por recibir subvenciones, por exhibir sin miedo la fe, mientras otros, sin miedo y sin ser condenados, exhiben la bandera de la hipocresía porque no vistan corbata, se duermen en sus escaños pero saben que al final de mes, lo que cobran se lo quedan ellos, o lo donan a sus propias asociaciones.

Adrián Martín



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