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viernes, 20 de enero de 2017

Aquellas valientes Madrugás de la Merced


Esther Mª Ojeda. Hablar de la Madrugá en Córdoba es hablar de la Hermandad de la Buena Muerte. Actualmente, es inconcebible pensar en esa noche sin el negro y el silencio de la corporación de San Hipólito, un silencio solo roto por el sonido del palio sin igual de la Reina de los Mártires. Sin embargo, no mucho tiempo atrás, la madrugada de la ciudad contaba todavía con la presencia en la calle de la Hermandad del Nazareno y, anteriormente, también con la de la Merced.

Como recuerdo de esa tradición perdida, Raúl Cofrade, en su cuenta de You Tube, compartía hace años un interesante vídeo de 1992, mostrándonos la primera Madrugá en el que el incomparable entorno que envuelve a la Catedral se preparaba para recibir a la corporación del Zumbacón, en el que aprecia el barroco misterio de la Coronación de Espinas que aún procesionaba sobre el paso en caoba realizado por Guzmán Bejarano y que fue sustituido por el actual en la estación de penitencia de 1997.

Por aquel entonces, se encontraba al frente del martillo, el que es ahora el Hermano Mayor de la hermandad, Antonio Ruf, dirigiendo los pasos del Señor del Zumbacón tras la decisión tomada por la cofradía al cambiar su día de salida a la madrugada del Viernes Santo, intensificando así una jornada que no gozaba con gran expectación por parte del pueblo cordobés.

Sin embargo, el poco apoyo que la hermandad afirmaba haber recibido tanto por parte de los espectadores como por las instituciones pertinentes, sólo hay que constatar las imágenes de cofradía al paso por Carrera Oficial, sillas apiladas incluidas, así como la considerable disminución sufrida por sus filas de nazarenos, hizo que el deseo de la Merced por dinamizar la Madrugá se viese finalmente frustrado interrumpiendo este período en el año 1998. 

Así y todo, esos días han pasado a formar parte de la historia de la corporación mercedaria con el orgullo y la valentía de haber sido uno de los modelos que motivasen a otras hermandades a hacer estación de penitencia en la Catedral, más aún cuando ese propósito significaba para sus miembros realizar un recorrido de más de doce horas en una noche que para muchos resultaba ser indiferente.





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