Carlos Gómez. A pesar de que estamos en Navidad, y lo estamos, no hasta que los cofrades le ven la espalda a Baltasar, ni siquiera hasta que concluye la ilusión del día de la Epifanía, sino hasta el próximo Domingo, porque le pese a quien le pese la Navidad es una fiesta cristiana y así lo indica la liturgia de la Iglesia, nuestro ayuntamiento -siempre con minúscula, porque así lo merece-, bien desde el desprecio a nuestras más hondas tradiciones, bien a resultas de una supina ignorancia, ha decidido despojar el centro neurálgico de la ciudad de todos, de todo símbolo navideño salvo el alumbrado que podría serlo o no, para gustos los colores, incluido el Belén que allí se hallaba, porque al parecer molestaba.
Molestaba para el espíritu laico y sobre todo para el laiko con el que los giliprogres pretenden dotar, con cada vez mayor virulencia, esta fiesta cristiana que es la Natividad el Señor, llegando a la más bajuna estulticia mental de denominar a esta celebración solsticio de invierno, alcanzando de este modo cotas sin precedentes de idiotez, potenciando con toda su fuerza sectaria la única celebración que nada tiene que ver con la religión de estas fechas, la nochevieja. Y aún asumiendo que el Belén pudiera ocupar un lugar suficientemente grande, como para que deba ser birlado de Las Tendillas, por molestar la imprescindible celebración derivada de pasar de un año a otro, al parecer era demasiado pedir que lo restituyeran hasta el final de la Navidad.
De modo que para todos aquellos que no hayan podido disfrutarlo y hayan quedado desagradablemente sorprendidos al comprobar que a 4 de enero ya no está donde debería estar, por obra y gracia del ayuntamiento de Córdoba, aquí tienen el reportaje con el que nuestro compañero Antonio Poyato ha querido conservar su esencia, para que puedan disfrutar de unas escenas que alguien, desde Capitulares, ha decidido que ya no tocan.
