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martes, 17 de enero de 2017

El día en que recibieron a la Virgen a tiros


Adrián Martín/C. Gómez. Octubre de 1931. Manuel Azaña, ministro de la Guerra, defiende en un discurso en sede parlamentaria, que "España había dejado de ser católica" sentando las bases, a entender del gobierno republicano, del respeto a la libertad de conciencia, fundamentado en "aplicar a las órdenes religiosas no un principio de justicia, sino aceptarlas en el caso de utilidad pública y de defensa de la República […] y proscribirlas en razón de su temerosidad para la República”. Al año siguiente, fuese o no consecuencia de aquellas palabras, la tensión en Sevilla era palpable al llegar la Semana Santa, tanto que tan sólo una Hermandad se atrevió a poner su Cruz de Guía en la calle y fue recibida con una violencia inusitada.

De los discursos cara a la galería, el Gobierno republicano pasó de las palabras a los hechos, prohibiendo los crucifijos en todas las aulas así como ordenando a las autoridades locales la prohibición de expresiones públicas de fe, como las procesiones en Semana Santa, relegando la libertad de conciencia al interior de las sedes canónicas. En mayo de 1931, tan solo un mes después de la proclamación de la República, comenzaron los ataques a todo lo católico, ante la pasividad de las autoridades republicanas, apoyadas por el laicismo radical promovido por el propio Manuel Azaña, dejando el año 1932 sin apenas procesiones, y quedando toda España sin ellas al año siguiente.

En un entorno más que conflictivo, el Jueves Santo de 1932, a pesar de las amenazas y el lógico temor, la Hermandad de la Estrella puso su cortejo en la calle, sorteando para ello la dificultad económica derivada de la prohibición de subvenciones a grupos religiosos recogida en la nueva constitución, y la merma del número de cofrades sobrevenida por una multiplicidad de factores entre los cuales se hallaba la manifiesta animadversión de ciertos sectores de la sociedad y la evidente presión que estos sectores ejercieron sobre amplios núcleos de la población.

Pese al riesgo manifiesto, gracias a la valentía de los cofrades que estaban en la trianera iglesia de San Jacinto, que decidieron realizar su manifestación pública de fe, Sevilla pudo ver como salía a la calle el Cristo de las Penas y María Santísima de la Estrella. A pesar de lo que muchos habían intentado con toda la fuerza imaginable, Sevilla tendría Semana Santa, aunque solamente fuese con una cofradía.

Hay no obstante quien asegura que la hermandad en realidad desafió la imposición de los sectores de derecha y la iglesia institucionalizada que pretendían boicotear la república logrando una especie de huelga general de cofradías y que la única "esquirola" fue la Estrella, lo que, según cuentan ciertas voces defensoras de esta teoría, le reportó no pocas voces en contra de ciertos sectores conservadores. Los que defienden este discurso se apoyan en el comunicado que la hermandad remitió al alcalde y que este se encargó de difundir a la prensa para pregonarlo hasta el hartazgo. Un comunicado que rezaba así:

"Pontificia, Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas, María Santísima de la Estrella, San Francisco de Paula y las Santas Justa y Rufina. Iglesia de San Jacinto (Triana).- Esta Hermandad ha acordado, ratificando lo que ya comunicara a los excelentísimos señores gobernador y alcalde de Sevilla, que cumplirá sus Reglas, haciendo estación a la Santa Iglesia Catedral en la tarde del Domingo de Ramos, siempre que cuente con medios económicos para ello. Esta condicionalidad no es un subterfugio, ni envuelve espíritu codicioso. Responde a la realidad de un estado económico precario, ya que estando integrada esta Cofradía por personas de la más humilde condición social, sus ingresos normales han sido anulados por la crisis económica que sus cofrades vienen padeciendo. Por lo mismo que pertenece al pueblo, tiene esta Cofradía fervientes deseos de no producirse de forma contraria al interés general. Procuraremos por todos los medios, con verdadero espíritu cristiano y con alta conciencia ciudadana, afrontar la situación, y tenga V.E. la seguridad absoluta que esta Cofradía, que es del pueblo, al pueblo se debe, que es tanto como decir que se debe al régimen constituido legalmente".

Claro que también hay quien opina que, ante semejante estado de excepción en el que se hallaba la Sevilla del 32, este comunicado era lo mínimo que la hermandad podía hacer para preservar en la medida de lo posible su integridad y la de los miembros de su cortejo. Sea como fuere, la hermandad pisó las calles de Triana escoltada por una compañía de seguridad de caballería y un pelotón de la Guardia Civil que esperaban la salida de los pasos. La multitud, que sabía de la decisión de “la valiente”, llenó San Jacinto y Pagés del Corro. Cuando se vislumbró su Cruz de Guía, la multitud elevó una ovación que a buen seguro retumbó en las conciencias de cada una de las autoridades republicanas que enarbolaban la bandera del anticlericalismo.

Las crónicas de aquel Jueves Santo hablaron de fervor e intranquilidad. A lo largo de la Calle Sierpes se escucharon saetas entre una multitud emocionada. Pero a la altura del cruce con Santa María de Gracia, un grupo de personas empezó a ensalzar al comunismo libertario. Voces contestadas con gritos de Vivas a María Santísima. Una piedra fue lanzada contra la imagen del Cristo, que rebotó en la espalda de la talla y golpeó a un soldado. En ese momento, la indignación de los fieles fue tal, que se abalanzaron contra el agresor, Manuel Fernández Rozas, un dependiente de una taberna, quien fue rescatado a duras penas por la Guardia Civil, siendo posteriormente detenido.

El cortejo prosiguió su camino en este clima de crispación extrema. Cuando los pasos de dirigían a la entrada de la Catedral por la puerta de San Miguel, otro grupo de exaltados lanzó petardos sobre el manto de María Santísima de la Estrella. Y entonces, camuflados entre el estruendo de los petardos, se produjeron disparos que atravesaron el palio de la Virgen. La multitud allí congregada se dispersó en medio del pánico, entrando los pasos a toda prisa en la Catedral, cerrando las puertas tras su entrada.

Unos pocos fieles comenzaron a perseguir a uno de los hombres que había disparado contra la Virgen y que había salido huyendo hacia la plaza del Triunfo. Uno de estos fieles fue Diego Jiménez Martínez, que consiguió alcanzar al fugitivo en la calle de Maraña y le propinó “un formidable bastonazo en la cabeza”, según se aseguró en el atestado. Incluso herido, el hombre se dio media vuelta y se encaró a punta de pistola con los agentes que le seguían a la carrera. Hubo intercambio de disparos, sin heridos, hasta que fue detenido en la calle de San Gregorio. La ira provocada por estos hechos, obligó a las fuerzas de seguridad a custodiar al detenido en el portal de Diputación hasta que la Guardia Civil consiguió aplacar los ánimos que pretendían linchar al pistolero.

En la comisaría, y según relató el ABC de Sevilla, se supo que el autor de los disparos se llamaba “Emiliano González Sánchez, de 21 años, soltero, natural de Alcázar de San Juan, de oficio carpintero y con domicilio en San juan de Aznalfarache”. Se le requisó una pistola del calibre 6,35 mm. con dos cargadores; dos carnets de la CNT, uno a su nombre y otro al de un tal José Adame y un carnet de chófer. En su cuerpo, enrollada, llevaba la bandera del sindicato, en una clara evidencia de que todo fue premeditado. Las fuerzas del orden capturaron y trasladaron a la misma comisaría a otros compañeros del sindicalista: Daniel Maceda, alias “El Carbonero”, Antonio Ibarra, alias “El Pájaro”, así como José Martín Bernal y Manuel Piña Lara.

La reacción del gobierno a este atentado fue el reflejo de lo que sería el camino a seguir cada vez que los altercados anticlericales hicieron acto de presencia en la España republicana, ninguna. Desde las tribunas de la izquierda se señaló a los propios cofrades como culpables de haber provocado al pueblo con sus procesiones, “un vehículo de proselitismo intolerable en la España moderna”, como dijo la prensa de izquierdas de aquella época. La reacción gubernamental a los sucesos de 1932, los ataques y asaltos a Iglesias, así como la consecuente destrucción de imágenes provocó que en el año 1933 las manifestaciones de fe pública quedaron reducidas a la nada más absoluta, enclaustrándose en las capillas e iglesias de la ciudad. Los anticlericales lo habían logrado, se detuvo el latido de la Semana Santa. 

Una victoria efímera por obra y gracia del devenir de los acontecimientos. Las derechas vencieron en las elecciones de noviembre de ese mismo año, lo que motivó que en 1934 salieran algunas Cofradías. Una normalidad que volvió a Sevilla en el año 1935. Desde entonces, solamente las inclemencias metereológicas han logrado impedir lo que el odio irracional logró detener, en uno de los episodios más tristes de intolerancia de cuantos se han producido en torno a los sentimientos religiosos en el último siglo. Un episodio que es preciso rememorar, pera que jamás se vuelva a repetir. Esta fue la crónica del día en una Estrella desafió al miedo y la intransigencia, el día en que forjó la Leyenda de la Valiente. 




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