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jueves, 31 de octubre de 2013

Sendero de Sueños: El Cuento de la Luz Perdida

Como primer artículo en mi sección fija quisiera contaros un cuento. Ya sabéis, quienes me conocéis, que por formación profesional estoy hecha a ellos.

"Érase una vez una gran familia que vivía felizmente en un lugar de lo más hermoso y visitado del país. Su casa, estaba rodeada de verdes naranjos. La perfumaban damas de noche y resplandecía por la blanca cal de sus paredes.

Juntos, habían pasado malos y buenos momentos, pero todos se habían solventado por la buena disposición y voluntad de los miembros que la formaban.

Un buen día, volvió a aparecer un viejo conocido, vestido como un príncipe y con él, peleas y traiciones entre los familiares. Algunos miembros de la familia, se dejaron deslumbrar por su buena apariencia y sus buenos modales. Tal fue, que muchos de los que siempre vivieron en armonía, tuvieron que emigrar de lugar, ya que ni el viejo conocido, ni sus propios familiares, sabían convivir con ellos.


Así pasaron varios años. La familia quedó dividida, y donde antes todo era luz, ahora sólo había un lugar sombrío.

El viejo conocido, se cansó de estar allí, porque no era su lugar, pero aquel lugar ya no volvió a ser el mismo y aunque, los que vivieron en la luz quisieron recuperarla, ya no volvió a brillar más con la misma fuerza."

Fin.

Muchas veces, analizando el mundo cofrade, me siento como un personaje de la familia de este cuento. Vivimos en hermandades donde prevalece el interés personal por encima del interés común de la misma, donde el afán por el sillón puede con todo lo demás. Vivimos en hermandades divididas.

Me entristece profundamente ver como corporaciones, en momentos de su Estación de Penitencia, se convierten en dos distintas, por el simple hecho de “ser del Cristo” o por “ser de palio”, sin saber que hay que ser de la Hermandad desde la cruz de guía hasta el último músico del palio, haciendo partícipe al pueblo de Córdoba de las disputas internas de unos pocos.

Me entristece ver cómo se fomenta, desde el núcleo de la propia Hermandad, la no convivencia entre los hermanos, viéndose desde fuera, como una rivalidad. Una rivalidad que hace que dos hermanos no se miren a los ojos y puedan abrazarse por los sentimientos que florecen en sus corazones.

Nunca entenderé cómo hay personas, en pleno siglo XXI, que quieran comprar a otros, como Judas vendió a Jesús, por treinta monedas de oro… y cómo hay quienes se dejan comprar. 

Siempre he pensado que puede ser que estemos viviendo como los mercaderes que Jesús expulsó del Templo (Jn 2, 13-25) y necesitemos de vez en cuando, echar la vista atrás y recordar que somos lo que somos porque antes fuimos lo que fuimos, y formarnos más como cristianos y menos en bordados, música y cambios.


Raquel Medina Rodríguez








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