La poética plegaria del Papa Francisco ante la imagen de Inmaculada en su altísima columna de la Plaza de España fue intensa y breve. En lugar de un discurso, el Papa se limitó a una oración en la que suplicó a María «que el grito de los pobres no nos deje nunca indiferente, que el sufrimiento de los enfermos y necesitados no nos encuentre distraídos, que todos amemos y veneremos toda vida humana».
Enfermos y niños
Al final, dedicó mucho más tiempo a saludar, acariciar, abrazar y besar más de un centenar de enfermos y ancianos en sillas de ruedas. Entre ellos había cincuenta de la isla de Cerdeña, donde las violentísimas lluvias causaron numerosas víctimas el mes pasado. Había también muchachos y muchachas con síndrome de Down, y algunos discapacitados.
El embajador español, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, asistió al homenaje en primera fila y, junto con su esposa, saludó al Santo Padre al final de la plegaria. Francisco le sonrió e hizo un gesto de admiración por el impresionante edificio de la Embajada. También le saludó el cardenal Antonio Cañizares, quien termina este lunes su mandato quinquenal como prefecto de la Congregación vaticana del Culto Divino.
Allí por donde pasa –Lampedusa, Cagliari, Río de Janeiro…– el Papa Francisco va desatando alegría, y lo mismo ha sucedido en su primer encuentro con el pueblo romano. Aunque se centra en una ofrenda floral a la Inmaculada, la cita del ocho de diciembre es, cada año, un encuentro festivo del Papa con los matrimonios jóvenes y los niños por las calles de Roma.
El primer saludo del Papa, al llegar a la plaza, que recorrió a pie, fue para algunos enfermos y niños. El Papa, que sigue ligeramente resfriado, llevaba abrigo pues el frío siempre acude a la cita pero, por fortuna, este año no fue cruel. El Santo Padre fue recibido por el alcalde de Roma al pie del monumento.
En este día toda la zona cercana a la Plaza de España es un hervidero de gente que sale a disfrutar el comienzo de la temporada navideña, con las luces, los nacimientos y los escaparates. La novedad de este año, es que decenas de miles de romanos se apostaron por las calles desde la salida del Vaticano simplemente para verle pasar.
Como cada año, los bomberos de Roma, con su gigantesca escalera de incendios, fueron los primeros en rendir homenaje, a las ocho de la mañana, depositando una corona de flores en los brazos de la imagen de la Inmaculada.
El monumento fue inaugurado el 8 de diciembre de 1857 por Pío IX, con un discurso desde el balcón de la Embajada de España ante la Santa Sede, la legación diplomática más antigua del mundo, con medio milenio de antigüedad. Fue precisamente Pío IX quien había declarado el 8 de diciembre de 1854 el dogmade la creación del alma de María sin pecado original cuando fue concebida por sus padres, Joaquín y Ana.
Al mediodía, durante el Ángelus, el Papa había invitado a los setenta mil fieles que acudieron a la plaza de San Pedro a «uniros espiritualmente a mí en esta peregrinación al monumento a la Inmaculada, que es un acto de devoción filial a María, para confiarle la ciudad de Roma, la Iglesia y la entera humanidad».
El Papa, que a pesar de estar a punto de cumplir 77 años se encuentra en buena forma, reanudó la costumbre de desplazarse después de la ofrenda hasta la basílica de Santa María Mayor, para rezar ante la antiquísima imagen de la Virgen «Salvación del Pueblo Romano», patrona de la ciudad. Todo fue enormemente sencillo. Al terminar la ofrenda, el Papa se subió en el asiento de acompañante delantero de su modesto Ford Focus, bajó la ventanilla para poder saludar a la gente, y se fue por las calles de Roma hacia Santa María Mayor.