Cómo llama la atención el brillo del llamador, cómo atrae a cantidad de personas, que casi siempre sienten que son más capaces, léase al mismo tiempo “más capataces” que los que regentan este puesto de privilegio.
Y es que mandar está muy bien visto; creen que ordenar y que todos obedezcan, es una sensación plena de realización, máxima aspiración y la cumbre de toda su vida, que fácil, que simple parece.
Actúan este tipo de aspirante a capataz, y a lo largo de mi vida he visto a mucho de ellos, tendiendo a desvalorar la labor de otro, a desprestigiar lo realizado por el titular de la plaza, para señalar y señalarse como sujeto más valido, incapaz de cometer errores, más conocedor y mejor hacedor de esta función.
Todos estos sujetos piensan, que, el negro del traje es el color que mejor les va a ellos.
Lo desean con todas sus fuerzas, he visto muchas veces, quizás demasiadas, que existen personajes que han llegado a esperar una oportunidad unas decenas de años, y que no dándose la misma, hasta se han obligado a regentar su hermandad, no por la necesidad de hacerlo bien, sino por coger el llamador, otros al revés, por tener el llamador en las manos, se han creído que pueden regentar su hermandad.