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martes, 8 de abril de 2014

El cáliz de Claudio: Un cuento infinito


Ahora, antes de que el mundo se convierta en un lugar extraño –casi mágico, casi hostil- repaso entre mis recuerdos para intentar contarte algún día las cosas que yo no supe. Ahora que el rumor las bandas llegan al patio de luz que pronto será parte de tu reino de ilusiones y fantasías, y se hace más y más fuerte conforme avanzan los días. Ahora que la letanía se aproxima al Domingo de Pasión y a su Salve que se llena de abrazos y horas rotas; al Viernes de Dolores que dicta el final de un camino y el principio de otro. Ahora que la ciudad ya no es ciudad porque se mira a sí misma, mientras abraza –hedonista- sus recuerdos. Ahora que recuerdo la última tarde de aquel Viernes en que la lluvia me calaba la ilusión que siempre me impulsa, mientras el capirote aguantaba estoico mi propia tristeza, la esperanza de otra tarde mejor en que abrazar a Enrique. Ahora que la cuenta de Semana Santa se confunde con la tuya para dejarme a perpetuidad la Cuaresma que nunca podré olvidar quiero contarte lo mejor, que para lo demás siempre hay tiempo.

Y es que la espera, aunque la impaciencia te pueda, no es más que un camino, una preparación de la que disfrutar venciendo a los días con las cosas –tan cotidianas, tan normales- que nos hacen felices. Es soñar, anclados al suelo, mientras la mente vuela por mundos encontrados que proyectan el ideal que nunca alcanzaremos, pero que debemos buscar a toda costa. Se trata de buscar nuestro propio espacio vital, ese mismo que por sí mismo lo explica todo o, al menos, intenta explicar muchas cosas; más allá de quienes hacen del fanatismo su raíz y pierden el tiempo y la juventud en todo lo que no es interrogarse y disfrutar de lo que nos fue entregado.

Pero al final siempre nos alcanza el momento y lo vivimos en un carrusel de emociones encontradas que nos sacuden en la mitad exacta de una noche intensa, de vuelta a casa, cuando las calles están casi vacías y los restos de nuestro naufragio habitan las aceras. Entonces, sabrás que lo estás viviendo que, lo entiendan o no, eres parte de esto porque tu alma estará asida para siempre a cuanto te llena de fuerza, sentimiento y una pizca de comprensión.

Habrá quien te quiera amordazar a convencionalismos con minucias que no pasan de lo anecdótico, pero atan a muchos a una mezquindad que no persigue nada más que seguir reptando sin cambios que los sacudan de plano cualquier noche de primavera. No los escuches, sé libre. Deja que el sonido de una banda, en ese o en otro patio, te devuelva a la infancia cuando seas mayor y todo parezca más complicado. Recuerda la primera vez que se te salía el corazón por la garganta, la primera Imagen que creíste que te llamó por tu nombre y te miró de frente para dejarte marcado para siempre. Lee cosas que nadie se atreva y pregunta por todo que nunca sabemos demasiado, siquiera algo estrecho.

No sé si te gustará la Semana Santa, si sentirás algo parecido a lo que tu padre pueda haber sentido. No sé si esto que te cuento es baldío, un camino yermo por el que debo ver como avanzan mis pasos. Pero me has dado la mejor Cuaresma que nunca pude soñar cuando mis sueños eran más grandes, más puros. Y, mientras cada noche la música me acaricia la cara y fantaseo con verte de mi mano en una calle mientras Él nos devuelve una sonrisa, sé que ya me has dado el mejor regalo que nunca esperé.

Blas Jesús Muñoz






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