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sábado, 19 de abril de 2014

Sevilla, Un Jueves Santo donde no se pone el sol


Señala el reloj las 20.45. Calle Laraña. Y suena el himno del Jueves Santo a los sones de Tejera. Virgen del Valle. La reserva espiritual de la Semana Santa de siempre. Momento cumbre de la tarde, escena simbólica a las puertas de la Anunciación. Pero con un distintivo muy destacado, con el gran sello que deja 2014. La luz. El día. Ya tenue, debilitada, pero brillo solar que deja ver el celeste del firmamento aún a esa hora. A la misma en que el Señor de Pasión baja la rampa del Salvador para abrirse paso entre la muchedumbre asombrada, un año más, ante la imagen perfecta de Martínez Montañés. A la misma hora que el portentoso misterio de la Quinta Angustia atraviesa La Campana. La hora cumbre de una jornada donde esa luz es la protagonista. El triunfo de la luz justo antes de que llegue la muerte.

Ese horario de verano regala en esta ocasión escenas inéditas. La parte superior de los edificios con el sol pegando mientras están ya todos los pasos en la calle. Todos y no ha caído la noche de los milagros. Rayos del sol dando en los espejitos del canasto de la Coronación de Espinas, incluso, para regalar fotografías memorables. Porque el tiempo es este Jueves Santo noticia y no por el ajuste horario del paso por la carrera oficial, impecable, puntual, suizo, sincrónico y solidario, ni tampoco por el tiempo lluvioso ni por el parte de los años precedentes. Es noticia el tiempo veraniego y el astro rey dando a esta jornada grande de la Semana Santa sevillana un tono que no se recuerda ya. Día. Y calor. Hasta calor sofocante hasta el mismo ocaso por el Aljarafe, cuando una ligera brisa permite respirar.


Canícula seca, esta vez ya seca, que, más allá de algún sofocón, sólo sirve para dar aún más realce a una jornada completa, apoteósica, con una primera parte de cofradías más de lo que otrora eran «barrios», a las que el clima pone las cosas algo más duras a la hora de la siesta, y una segunda con sabor mucho más añejo, del mismísimo centro, de recogimiento, aroma de antaño, música de capilla y grandes silencios. Deslumbrante jueves en que el día y el sol doblan los cirios y la luz natural apenas deja margen a las candelerías. Apenas un rato. Apenas el camino de vuelta desde la puerta de San Miguel.


Los Negritos

Con el termómetro marcando escandalosos 35 grados, dando gracias por las telas blancas y las sandalias, la Hermandad de Los Negritos se echa a la calle cuando aún falta mucho para esa franja horaria que darán sentido a las postales del año 14, la del anochecer con los costaleros de todas las cofradías en la trabajadera. Antes hay que sufrir. Penitencia de verdad. Mal día para volver al horario tradicional. Pero la corporación de los negros asombra. Como siempre o más. La reciente restauración del Cristo de la Fundación permite disfrutar de una increíble policromía. El día va de nuevos tonos. De nuevas luces. De nuevas heridas en el costado del Señor que nadie recuerda.

Pero también asombra el espectacular exorno floral, minicalas de color morado oscuro. O «chocolate», como apuntan desde la hermandad. Flores colocadas una a una con la punta en dirección a los pies del crucificado. Sólo comparables con las rosas traídas desde Colombia que rodean a la Virgen de los Ángeles para recalcar aún más el exotismo de un palio que en su camino de regreso a la Ronda Histórica, sobre todo en la Alfalfa, levanta una ovación tras otra por la extremada dulzura de su avance.


La Exaltación

Cuando sólo los valientes retan al poder de las altas temperaturas, precisamente en la calle Sol y con la Banda del Sol, como tiene que ser, se agolpan quienes no quieren perderse la salida de la auténtica mole de 3.500 kilos que 45 hombres llevan desde Los Terceros a la esquina con Gerona casi sin que el tiempo pase. El misterio de «Los Caballos», quizás la composición más antigua de la Semana Santa, completa la primera gran revirá junto al Rinconcillo, dando la espalda a su histórica sede de Santa Catalina, para comenzar una andadura gloriosa que deslumbra en La Campana y sobre todo en la subida a la Cuesta del Rosario ante un gentío a prueba de sillitas.

El peso del calor y el de los kilos. Tras las filas de cirios tronchados, la Virgen de las Lágrimas, conformando junto con su palio uno de los cuadros más clásicos de la semana, es una de las que hace su particular homenaje a la Macarena por el 50 aniversario de su coronación canónica entrando en la Campana a los sones de La Madrugá Macarena. El recorrido de vuelta de esta cofradía es uno de los más tumultuosos que se recuerdan. Mucha gente esperó la fresca -horario estival- para echarse a la calle y en zonas como los aledaños de La Encarnación se notó especialmente. Para abrochar el jueves e iniciar allí la Madrugada pasando antes por alguna de las cientos de barras en las que reponerse.


Las Cigarreras

 La hermandad que más tiene que pelear contra el rigor climatológico de la primera hora de la tarde es Las Cigarreras, que demuestra este jueves que la integración de la gente de su barrio con la congregación es cada vez mayor. El anhelo de la corporación, cada vez más cerca. Pero hay que aguantar el tipo entre las tres y las siete de la tarde. Y cuesta. En el propio palio de la Virgen de la Victoria, que se echa a la calle por tercera vez en dos años (aún suena el eco de aquella memorable jornada de octubre) el ambiente agosteño juega una mala pasada y afloja uno de los pernos que sujetan a la imagen en la peana. Tanto que ésta se va girando con cada levantá, de lo que alertan algunos hermanos a la altura del puente de San Telmo. Desde allí y hasta el mismo corazón del Arenal, a pulso para que pueda arreglarse el desperfecto.

Al llegar a la Magdalena, a la hora que se debe pese al ligero parón, el susto es historia y a la vuelta la Virgen se posa sobre el mismo puente con mucha más calma y unos grados menos mientras suena Virgen de la Estrella. A su llegada a la carrera oficial, tras el monumental palio de cajón suena la extensa marcha Victoria Dolorosa bajo una maravillosa luz que ya es lateral y enfoca el rostro de la Virgen como nunca. Una media hora antes Carlos Villanueva da órdenes a su cuadrilla bajo el misterio de la Flagelación del Señor mientras el dorado del canasto relumbra y suenan marchas de la nueva hornada cigarrera como Cordis Marinae o Stabat Mater Lacrimosa, muy distintas a aquel aire tradicional de la histórica banda. Las nuevas tendencias se abren paso pero, como es obvio, generan división de opiniones. Y este jueves no es una excepción en eso.


Montesión 

La voz de Manolo Vizcaya rasga la tarde en la calle Feria minutos antes de las seis. El capataz del Señor de la Oración en el Huerto, que estrena túnica azul muy comentada por la multitud -como los nuevos angelitos que sujetan los faroles- que se agolpa hasta la misma Plaza de Churruca, emociona a todo el que pone el oído hasta que la escena acústica pasa a ser dominada por la Agrupación Musical de Jesús de la Redención con sus mejores clásicos, ya todo un patrimonio popular. Francisco Reguera también deja claro a sus hombres bajo el palo de la Virgen del Rosario de qué va la cosa esta tarde. «Aquí la que manda ya es ella», grita a los costaleros nada más atravesar el dintel de la capilla el fantástico tesoro de malla que vuelve a dejar boquiabiertos a los presentes. Las saetas a la Virgen permiten también escuchar el sonido de los rosarios golpeando los varales, adornados a sus pies esta vez por unas espectaculares y novedosas rosas enormes. Rosas rosas. Sí.

La redundante belleza que pone en pie La Campana a los sones de Rosario de Montesión. Antes, el paso del Señor dedica su levantá frente al palquillo a la Macarena por su aniversario y a los niños enfermos para plantarse de una espectacular chicotá ante los ventanales de la confitería. El novedoso regreso a su templo por la Cuesta del Rosario está tan repleto de público que la cofradía se comprime y debe acelerar un poco en sus últimas calles para llegar a su hora a Feria.


Quinta Angustia

La tarde entra en su franja especial. En la de la tenue luminosidad de mediados de abril. Y comienzan los contrastes con la Quinta Angustia en la calle. La apertura del portón de la Magdalena impone un respetuoso silencio en toda la calle San Pablo, que observa con una actitud que se encuentra en pocos rincones de la Semana Santa el discurrir de las túnicas moradas y las cruces de palo redondo, puras. En contraste con el culmen barroco del paso de misterio del Descendimiento, la plasmación del movimiento por las calles de Sevilla. Aunque la corporación de Jueves Santo ha afianzado a los dos Santos Varones sobre las escaleras para que la oscilación no sea tan acentuada.

Por eso ahora del paso sólo suena el giro vaivén constante del Señor rozando con el stipes. Sobrecogedor cuando el paso se adentra en la carrera oficial o completa el camino de regreso a su sede ya en plena oscuridad. Música de capilla, motetes muy breves y el impactante sonido del roce de la madera sagrada de una imagen que parece volar. El gentío es de los que no se recuerda en el tramo final de esta apoteosis barroca, casi desde Arfe a Zaragoza y la misma Magdalena. Porque muchos guardan ya su sitio con taburetes para lo que viene en sólo un rato. 


El Valle 

Con esa luz nueva, inenarrable del atarecer, la Hermandad de El Valle completa también la primera parte de su estación de penitencia hasta el Duque sin que se enciendan las farolas. Incluso con sol en el dorado del primero de sus tres pasos, el de la Coronación de Espinas, que estrena cartelas de plata muy comentadas. El clasicismo más estricto desde Bellas Artes hasta la esquina de Trajano. Con el misterio de Joaquín Bilbao en La Campana, Nuestro Padre Jesús de la Cruz al Hombro entre Orfila y Javier Lasso de la Vega y la Virgen del Valle superando la puerta de su templo con los últimos reflejos solares con la característica cadencia del andar de su palio, añejo, sin la más mínima estridencia.

Desde el balcón del 9 de Lasso de la Vega, una saeta del Sacri a la histórica dolorosa dibuja la mejor de las escenas de un jueves ya encumbrado que deja de ser antesala para cargarse de valor en sí mismo. El trayecto de vuelta de El Valle, repleto de estampas clásicas, termina por definir un día grande que también se convierte en una especie de reducto de espiritualidad interior lejos del sonido de cornetas.


Pasión 

Y el Señor. Y el jueves pone su colofón con la obra maestra de Martínez Montañés de nuevo con su túnica lisa después de la imagen vetusta de los cardos del año pasado. Pasión se pone en la calle con los últimos atisbos de luz natural y la Plaza del Salvador, un mar de seres en respetuoso silencio, sólo puede admirar -con las pupilas o las cámaras- con devoción al Hijo de Dios que camina con su cruz.

La Virgen de la Merced y su señorial clasicismo cierra la jornada y hace que el público se mantenga en sus sillas para deleitarse con la Banda de la Oliva a los sones de «Soleá dame la mano», un guiño a Triana para confirmar que el día ha podido con la oscuridad, con la noche y con la muerte. Aunque ésta llega. Pero queda el recuerdo. Como subrayó una vez Gabriel García Marquez, que se ha ido el Jueves Santo. Este jueves. «La vida no es lo que uno vivió sino lo que uno 






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