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sábado, 19 de abril de 2014

Sevilla, Madrugá 2014: El Gran Poder de los pequeños detalles


La Madrugá de 2014 ofreció al cofrade, como cada Semana Santa en Sevilla, dos maneras diferentes de apreciar la Pasión y Muerte de Cristo, dos maneras de vivirla, de sentirla. La distinción va más allá de la dualidad entre silencio y algarabía. Entre el centro y los barrios. Hablamos de esos momentos de exuberancia y de esos otros tantos, pequeñitos, y que en conjunto son la esencia de la mágica noche del Viernes Santo.

Comencemos por el principio. Cayó la medianoche, y el centro de la ciudad fue acogiendo cada vez a más y más público que, tras un breve descanso del caluroso Jueves Santo, se dispuso a ver cofradías en número ciertamente superior al de otros años. Significativo fue ver el tránsito por la calle Monsalves, una vía céntrica pero habitualmente tranquila, donde minutos antes de la 1:00 un incesante reguero de personas se desplazaba en doble sentido. Buscando a dos Nazarenos.

La plaza del Duque fue el destino mayoritario de ese volumen de público, que desde allí contempló el paso fugaz del Silencio y el dilatado discurrir del Gran Poder. Una manera de asistir a dos Estaciones de Penitencia, que si bien no permitió lo intimista, fomentó las ganas de continuar al formar parte de un público bastante entusiasta, pero educado.


La salida de los Gitanos deparó, en cambio, uno de esos momentos «pequeñitos». Tras la emotiva y esperada marcha «Saeta», el Cristo de la Salud fue destinatario de una saeta con sabor añejo. No destacó por el alarde, pero sí por el sentimiento. Por su esencia de cante flamenco antiguo. Una abarrotada plaza frente al santuario premió con una gran ovación la voz de Juan Mairena, de la casta de los grandes Antonio y Manuel, que posteriormente repitió cantándole a las Virgen de las Angustias, antes incluso de que las Nieves de Olivares hicieran sonar «Madre de los Gitanos coronada».

La Virgen, que estrenaba fajín, lució una combinación de saya beige y manto azul que no coincidían desde la Coronación Canónica de 1988, fecha en la que la Macarena le regaló un rosario de oro que anoche la dolorosa de las Angustias lució, como guiño al cincuentenario de la de San Gil.

Hubo exuberancia en la entrada en Campana del Señor de las Tres Caídas de Triana. Entre «La Pasión» y «Mi madrugá» cupo otro par de marchas que pusieron sonido a un derroche de precisos cambios. De izquierdos, de «serruchos», de pasos atrás. Todo combinado de la manera deliberadamente azarosa con que este misterio anda. Siempre sorprendiendo, y anoche no lo fue menos, en especial tras la levantá que, a la altura del palquillo, dedicaron a Julio Díaz Portillo, antiguo capiller y prioste de la Esperanza de Triana recientemente fallecido.  

Con el palio llegó el delirio. Y también algo de retraso en una jornada hasta entonces perfecta en materia de reloj. Demasiados nazarenos para un tiempo de paso que, según se dice les viene corto, pero en el que no faltaron momentos de intensidad emocional como las interpretaciones de «Esperanza de Triana Coronada» o «Triana de Esperanza». Inmejorable sabor de boca para una Campana puesta en pie al paso de la dolorosa trianera.

Pero volvamos a lo intimista. A una calle Alfonso XII que, sobre las 5:00, se encontraba prácticamente vacía, entendiéndose el adverbio como una manera holgada de poder presenciar la recogida de los dos pasos del Silencio; A la zona de la Gavidia y Cardenal Spínola, donde se sucedieron hasta un total de cinco saetas dirigidas al Gran Poder, de protagonismo compartido con el sonido de unos revoltosos pájaros que se afanaban por desperezar al arranque de un Viernes Santo memorable.

Habría que volver también a la calle Zaragoza, donde a las 7:30 discurría el Cristo del Calvario y que, en un momento en el que el cielo aún no había retomado todo su color, recibía la amarillenta luz del alumbrado público, acentuando de manera muy dramática la mortecina policromía del crucificado de Ocampo. Es en ese preciso momento, cuando las calles comienzan a quedar huérfanas de público, cuando es un auténtico placer contemplar el austero andar del palio de la Presentación.

Esa hora en la que comienzan a flaquear las fuerzas y se rememora lo que, ya lejano, había ocurrido tan sólo unas horas antes. La masiva concurrencia en la salida de la Esperanza Macarena, donde el corazón más duro se termina acompasando a los vítores populares a la Virgen. La profusión de sentimientos en el corazón del barrio, que contrasta con los momentos que, ya amanecido, se vivieron en las inmediaciones de aquel señero mercado de la Encarnación. Sones clásicos y regios como «Consolación y lágrimas» para la Sentencia de Cristo, que, saludando sencilla en el convento del Espíritu Santo, desplegaba tras de sí a su Centuria, copando casi el total de la calle Santa Ángela. 

De gran delicadeza fue la interpretación de Valle de Sevilla para la dolorosa, a la altura de Laraña, demostrando que a este palio también le sientan bien las marchas de corte sereno, un camino representado a la perfección en la pieza que para ella compusiera Emilio Cebrián. 

Un año más, la Madrugá dejó en el cofrade el poso de las pequeñas cosas, y le emplazó de nuevo a lo exuberante. El año pasado ocurrió con el Pontifical de los Gitanos. Este año con la conmemoración que en mayo realizará la hermandad de la Macarena en la plaza de España, un acto en el que seguro que no faltaran los detalles «pequeñitos» que hacen los recuerdos grandes.










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