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viernes, 2 de mayo de 2014

Sevilla: Carlos Crivell glosó las Glorias con un pregón en forma de diálogo


Todas las glorias de Sevilla estuvieron ayer en el pregón del periodista Carlos Crivell, a los pies de la Pastora de San Antonio, que se volcó con esas hermandades con conocimiento histórico, emotividad y con un texto en el que jugó con los diálogos, la prosa poética, algún poema dedicado a sus mayores devociones y en el que no faltaron toques sociales y críticos –Marta del Castillo, ETA, el aborto, el relativismo– ni el homenaje a Juan Martínez Alcalde, convertido en uno de los protagonistas del hilo de su pregón, ni la mención al Papa Francisco o a San Juan Pablo II.

Todas las advocaciones marianas y también Santa Lucía, y el Sagrado Corazón, San José Obrero y San Antonio, desfilaron por esta auténtica glosa letífica con la que Crivell anunció el tiempo de las glorias en Sevilla, en la que tampoco faltaron referencias a nuestros santos, desde los primeros hasta Santa Ángela y la beata María de la Purísima pasando por Mañara.  


Porque para el pregonero las hermandades de gloria ocupan un importante sitio en la fe, «sin presumir de oros ni plata, ni tejidos bordados... mantos de ensueño ni varas doradas, ni palios como cielos», corporaciones en las que «las flores y la cera son lujos que, a veces, a duras penas paga».

Su guión para la presentación y glosa de las advocaciones fue el diálogo, con el arcángel San Gabriel y la Virgen bajando a Sevilla para «comprobar cómo brota la fe en el pueblo humilde», una fe que «es entendida por el ímpetu de lo popular y lo mundano», «donde el ¡Viva! o el beso son el mejor tratado teológico y la oración más profunda donde se resume todo un credo».

Los protagonistas se fueron encontrando a lo largo del pregón con nuevos dialogantes, Fray Isidoro, hilo con las Pastoras; un pescador, para ver las advocaciones del Carmen; una mujer ciega, para rezar, con los misterios, a las Vírgenes del Rosario; Juan Martínez Alcalde, conductor por algunas de las glorias y a quien reconoció «su generosidad, su entrega desmedida, su ayuda, sus consejos, sus propuestas..., al que las Glorias tienen mucho que agradecerle», y un joven, él mismo, como no podía ser de otra manera, con su gran devoción: la Virgen del Amparo, de esa hermandad en la que ha sido monaguillo de cruz parroquial, acólito, pertiguero de Libro de Reglas, la Virgen a la que vuelve siempre y a la que llevó el día de su boda a su mujer, Pilar. Porque «la Gloria está en su mano, y Ella en todas las Glorias».











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