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martes, 22 de julio de 2014

Con Nombre propio: Sebastián Santos Rojas (según Sebastián Santos Calero)


"Hablar de mi padre no es para mi nada fácil, me han pedido que hable de la dulzura de la obra de mi padre, que yo la veo igual que su profunda religiosidad, digamos que es una consecuencia, un profundo misticismo.

Precisamente en 1929, el pintor Cantarero le realiza un retrato, época en que ambos coinciden en amistad y enseñanza. Sebastián Santos Rojas, al igual que Castillo Lastrucci, se incorpora al mundo de la imaginería ya mayor, aunque está trabajando ya de manera profesional. Antes ha estado en la escuela de Artes y Oficios, en la llamada escuela del Museo, estudiando dibujo y modelado.

Ya en su plenitud y rodeado de prestigio, podemos descubrir la personalidad humana del artista, cuales son sus aficiones. Precisamente una de sus obras, el Cirineo de Pasión, está preso y oculto por la Corporación, hago un llamamiento desde aquí para que la Hermandad ponga, al menos, a disposición del público, para que se pueda admirar esta magnífica talla.

Este ambiente mitad capilla, mitad iglesia en la que se desenvuelve toda su obra, desarrolla esta escultura religiosa con un espíritu de religiosidad muy profundo. Una miniatura de La Virgen de la Paz, presidía el retablo, en el domicilio familiar, donde se rezaba el rosario y alguna que otra novena. Otro de los temas de este periodo son los nacimientos, destacando el del Monasterio de Santa Paula. Las imágenes del Niño Jesús también son habituales de esta época

Sebastián Santos nace en Higuera de la Sierra, un pueblecito de la Sierra Morena, un 2 de noviembre de 1895 en una familia muy modesta. Para un niño que tiene tantas inquietudes artísticas, empieza a ser un problema buscar la arcilla, ocultar donde puede los trabajos que hace, porque sus padres no querían que hiciera ese tipo de cosas, pero fundamentalmente su avidez de conocimiento, la necesidad de todo artista de buscar un referente, un modelo que seguir para avanzar y progresar, lo tiene que encontrar necesariamente en la Iglesia.


Curiosamente, una iconografía que le llama poderosamente la atención es la de San José y la Inmaculada. Posteriormente, a lo largo de su producción va a reincidir mucho en estos dos temas, como son el San José de la iglesia de Zalamea, o en Sevilla, el que realizó para las Hermanas de la Caridad. La ternura, la sencillez y la dulzura de los rostros son características comunes a su obra. Como admirador de Martínez Montañés, busca el equilibrio, aparte imprime a sus imágenes de esa religiosidad.

La Inmaculada que actualmente se encuentra en la iglesia de Ronda, para la cual poso la hija del Marqués de Villapales, fue presentada en una exposición mariana en 1950 y seguía el modelo de Duque Cornejo. Esta religiosidad, posteriormente y en Sevilla, se desarrolla hasta su encuentro con el Padre Capuchino Juan Bautista, que será su confesor y hombre que va a influir muy poderosamente en el aspecto humano del artista.

El Padre, le pedía al autor, quizás obsesivamente, la realización de Pastoras, donde la dulzura y el gesto casi infantil, así como el recogimiento son una huella clarísima y un testimonio de su personalidad artística y su sentido estético.

Casi siempre que se habla en relación con la diferenciación entre escultor e imaginero, en Sebastián Santos tenemos a un escultor que, sin haber practicado el modelado natural, tiene un conocimiento de la anatomía sensacional y un sentido del "todo", ese sentido de la totalidad que generalmente se adquiere cuando hay una formación de tipo académico. El escultor, sin renunciar a su estética mística, desarrolla y denota un alarde de lo que es la morfología del cuerpo humano masculino. No tiene ningún tipo de pudor en policromar las pestañas, tanto las superiores como las inferiores, sin que por ello las esculturas pierdan fuerza o belleza.

Siempre que el escultor tiene oportunidad, trabaja en el pequeño formato. El pequeño formato es el vehículo para que el artista experimente, digamos que mediante el boceto, se materializan los pensamientos de manera muy rápida, siendo para el pintor y el escultor algo fundamental. Curiosamente no se ha estudiado en profundidad la importancia que tiene este estudio previo a la obra definitiva, que para mi, lo considero muy necesario y muy importante.


El escultor todas las noches realiza un pequeño boceto y Buiza comentaba como, cuando iba al estudio del maestro, lo primero que hacía era destapar el cajón del barro, porque el maestro sorprendía a todos los discípulos con las realizaciones que había hecho durante la noche. Buscaba la noche para trabajar, buscaba la tranquilidad de las horas en que ni los clientes ni su familia le molestaban.

Sebastián Santos es conocido sobre todo por las Dolorosas, pero su obra es muy extensa y variada. Aborda el Crucificado, como es el caso del de Aracena (Cristo de la Plaza. Huelva). Es un crucificado que huye del barroquismo excesivo, todo lo contrario. La imagen del Cristo es tremendamente serena y tiene un cierto aire moderno en el tratamiento del cabello. A él no le gustaba el rizo barroco del Cabello, en referencia al tratamiento de Juan de Mesa o Martínez Montañés.

La cabeza de Cristo no es dramática, es de una persona que está muriendo pero tiene dulzura en el rostro, no hay tormento ni distorsión en los rasgos faciales ni de la anatomía, destacando también en ellos la espléndida policromía.

En el Buen Pastor, talla que se encuentra el Ronda, utiliza como modelo a su hijo Jesús, aunque no era muy partidario de utilizar modelos, la escultura la tenía en su cabeza. El Cristo de la Cena de Sevilla, es sin lugar a dudas una obra llega de unción sacra, inspira evidentemente devoción, sin embargo técnicamente tiene una particularidad, está policromada encima de la madera, sin estuco, como hacían los clásicos imagineros.

El tema de la maternidad es un tema que le da la oportunidad de manifestar su termura, el sentido tan familiar que él tenía. El espléndido Nazareno de la Concepción de Huelva, de nuevo nos vuelve a sorprender el escultor, realizando su propia y particular visión del Nazareno.

Como broche está la espléndida Dolorosa de la Hermandad de El Silencio, la Virgen de la Concepción. Esta escultura es de gran belleza, de una gran serenidad, sin elevación de las cejas, recurso muy usado por otros imagineros, era una necesidad de simetría, aunque no muy exacta para evitar la frialdad.

Un denominador común son las manos de las Dolorosas -también en la Virgen de Los Dolores del Cerro- es que se produce un acentuamiento entre los metacarpos y las falanges, con ese quiebre tan pronunciado, característico a este periodo de 1945 a 1959, y al cual pertenece la Virgen de la Concepción."









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