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martes, 22 de julio de 2014

La Voz de la Inexperiencia: Bajo ojos rocieros


Camino del Rocío el pasado domingo iba ensimismada por saber cuándo llegaría a la playa. Hacía años que no visitaba la Ermita y mi cabeza me llevaba en muchas ocasiones a aquella última vez. 

A este recuerdo lejano se le sumaba el consejo de mi padre, "Reza por ti, para que te cuide". Y así lo hice, aunque me dejé para lo último, para que no cayera en el olvido, lo importante: mis padres, mi hermano, mi familia y mi -al fin de cuentas- nueva familia. 

Me perdí entre tanta petición, y abochornada comencé a dar gracias. Pensé que solamente sufre quien está vivo, y eso es de agradecer. Por más penas que alguien tenga, problemas con difíciles soluciones, tiene siempre a alguien a quien poder abrazarse y encontrar en él un poco de consuelo. 

La Reina de las Marismas con su rostro blanco como la nácar, su sonrisa tímida, y sus manos tibias me daba toda la paz que me faltaba. Aquellas manos que dan cobijo a tantos fieles, y aquellos que cobijan en sus manos egoísmo y destrucción. Será que tus manos, Madre, son las que saludan, y las de nosotros las que dicen adiós. 

Aquí se acaba mi historia rociera del pasado domingo, media hora que dio para mucho. Ahora me pide la palabra la Blanca Paloma, para haceros ver, desde su posición, cómo es lo que os estoy contando. A deleitarse...

"Una pareja llegaba a mi ermita, ella delante guiando el paso de su acompañante. Supe desde el principio que no era su primera vez. Allí en la nave derecha, medio oculta tras la columna, hablaba conmigo, mientras otras personas acaparaban todas las miradas agarradas a la reja para hacerse una foto. Él, algo agnóstico, se sorprendía de cómo se iban llenando los bancos situados frente a mí. 

Me gustó la nobleza de aquel par. Por ello, no quise abandonarlos en su día, y disfruté como acompañante. Ellos estaban lejos de saber que yo quise saber el cuándo y el cómo de aquella pareja. 

Como ella decía repitiendo unas palabras de otra persona "se le ve, que está loquito por ella", reían entonces recordando alguna situación vivida. 

Me gustó la forma que tenían de quererse. Ella lo cuidaba como madre, le hacía las carantoñas propias de una abuela y lo besaba con la dulzura de una esposa. Él la miraba con unos ojos que pedían a gritos desesperados que fuera ella su esposa, la madre de sus hijos y con quien convertirse en abuelo. Esta reciprocidad con vistas al futuro es lo que hoy día falta, pero ellos supieron cómo saciar mi pequeña agonía.

Me aseguré de que ella estuviera cómoda sosteniendo la cabeza del joven durante el viaje de vuelta. Ya en su casa, volví a casa."


María Giraldo Cecilia









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