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sábado, 19 de julio de 2014

El cáliz de Claudio: Te cambio a tu mujer por un camello

 

No piensen mal y no vayan por el tema de la droga de la semana pasada. Esto que hoy les traigo es oro puro. Dinamita. Titadine en forma de trueque fenicio. Las cofradías son así, primero empiezas cambiándote el terno, la túnica y el escudo... y el día menos pensado has cambiado a tu padre, madre, primo, tía, abuelo, nieto... y hasta a tu propia mujer por un camello, aunque el que te ofrezca el trueque sea de una religión que, aunque sea de las tres del Libro, no es precisamente la tuya.

Esto que les cuento, cualquiera que lo vea desde fuera lo percibe. Desde dentro ya es brutal. Si se trata de un martillo la locura alcanza cotas que sobrepasan de largo el delirio, pero ¡No, nos engañemos! Aquí las culpas de nuestros males se las hemos vertido al mundo de abajo como chapapote porque esos que se ponen el costal de invidente son una subespecie, no merecen nada. Yo me incluyo entre ellos, aunque la arpillera no me impida la visión. Y, durante años, mientras veías a devotos con la felpa del Arrebato por costal, tenías que soportar que te llamaran de todo. Lo primero que sales por deporte sacro y, en consecuencia que ni crees ni nada que se le parezca. Qué digan lo que quieran.

También me incluyo entre los peregrinos a Hispalis. No a los cantores que es a lo que suena más de uno de aquí y, por ende, era -y seré- un traidor a la patria. Pero, esté tranquilo querido lector que, de momento para mí, una patria no vale la vida. Nuestra culpa era dejar a Córdoba, lejana y sola. 

No sé si incluirme entre a los que alguna vez se les ofreció la posibilidad de salir del anonimato. Alguno se estará arrepintiendo de haberme sacado, man que sea un poquito (tampoco uno es Carlos Colón, aunque aquí tampoco mi admirado Carlos no sea ni siquiera más famoso que Agustín Pantoja). Sin embargo, como buenos advenedizos, al catar la fama criticamos y, peor aún, alguna vez ocupamos un lugar por el que otro hubiera cambiado a su señora por el de la joroba.

Estos son solo algunos ejemplos, ahora la conclusión sin moraleja. Piensen en algún personaje que renegó de algo a quien lo quiso escuchar y perjuró que no él no lo haría. Luego, al tiempo, la oportunidad se apareció para él como un fantasma en una casa de campo. Y, obviando lo dicho, se tiró de cabeza a la piscina desde el trampolín más alto.

Nadie, por educación, le dijo nada y el personaje (sea cual sea en el que estén pensando) siguió ufano y creciéndose. Luego su tiempo pasó (o pasará) y nadie le dirá nada, pero a sus espaldas, en los corrillos, se reirán de él, de lo que dijo, de lo que hizo, pero ¡No le quepa duda! El que critica también lo haría.

Lo hará por un cetro o bastón de mando, por una silla en la mesa de juntas, por una foto o por un contrato. Y no pasará ni pasa nada. Cambiarán lo que dijeron con el calcetín del silencio pactado para cuando a ti te toque. Y no pensarán en que las hemerotecas existen, pero como a los políticos -no sé si de la casta-, les dará lo mismo y pensarán que todos somos tontos o nos dan de un lado. Y, cuando la cosa se tuerza, como miembros de esa casta desviarán la atención hacia los costaleros que se arremangan pantalones o despreciarán al que se va a Sevilla (tiren de hemeroteca que alguien dijo, en cierta ocasión, que cierto día de Semana Santa había menos gente en la calle porque los malos, malísimos, cofrades se iban a Sevilla). O abrirán crónicas manidas con la cantidad de gente que ve las procesiones (un poquito más de imaginación, por favor). O dirán que fulanito está medrando cuando, alma de cántaro, no es medrar lo qué tu quieres.

Ven, al final la droga y el camello deben existir. Pero no les quepa duda que aquí más de uno se vende sin dudarlo por un cuarto de hora de "glamour". Querido lector, tú que me lees de buena fe y tú que ni me quieres y me lees por hacerte mala sangre (sabes que de ti estoy hablando), no cambies a tu mujer, ni por un camello ni por un puñado de monedas y, menos, por un carguillo en cofradías que es cutre hasta para un beduino. 

Blas Jesús Muñoz










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