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sábado, 23 de agosto de 2014

El Análisis: Papá quiero ser nazareno


Debe ser que pertenezco a ese selecto, o no tanto, grupo de románticos que sueñan con oír esa frase en un futuro. Nada más lejos de la realidad. Porque esa realidad, muy probablemente, vendrá acompañada de un "quiero tocar en una banda... ser costalero...". O lo peor, "quiero ser hermano mayor".

No se rían porque hay quien, a estas alturas del partido, sería capaz de cualquier cosa por cualquier cargo que les pinte algo de azul en sus vidas grises, cuales tardes plomizas de invierno.

El problema de la escasez de nazarenos ha estado tan presente en este curso como en los anteriores y, hagan caso si les digo que la culpa no está ni en los costaleros ni en las bandas ni en el número creciente de cofradías donde elegir. El problema radica en nuestra cultura y nuestra conciencia, pero es más sencillo buscar al culpable fuera de la casa de uno.

Durante años el último gato de una hermandad ha sido el hermano que se viste la túnica. Ése paga su cuota, su papeleta y no protesta. Muy distinto es el caso del costalero, el contraguía, o uno de los veinticinco directores de la banda que, con carraspear, ya provocan un gripazo en el hermano mayor de turno.

Algunas juntas de gobierno se asemejan a los partidos políticos y ven en los miembros de una cofradía más votos que hermanos. Y se dan a ellos y a su bienestar como si les fuera la vida, o la reelección, en ello.

No quiero decir que esto sea norma general, pero sí extendida y los culpables son los que mandan, pues su responsabilidad, porcentualmente, es bastante mayor. Y lo es, en tanto en cuanto que, durante años la sangría de nazarenos que cuelgan el hábito es mayor y la demanda para obtenerlo menor. Ser simplista y culpar al otro es lo que nos va, pero no la solución. Mirar a largo plazo e intentar atraer hermanos, utópico. 

El próximo curso asistiremos impávidos a más de lo mismo. Hasta volver a ver una cofradía completa con 15 parejas de nazarenos y dos cuadrillas completas y, si llevaran banda, 150 musicos y casi tantos acólitos como nazarenos. Un espectáculo poco edificante, pero ni más ni menos que el que nosotros solos, sin ayuda de nadie, nos hemos buscado.

Blas Jesús Muñoz



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