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miércoles, 13 de agosto de 2014

El Candil: Sepulcros blanqueados


En los tiempos que vivimos todos sabemos que se concede gran importancia al “marketing”, a la imagen. Lo que ven los ojos es esencial en las relaciones sociales y también en los ambientes religiosos. Es esa actitud la que favorece la hipocresía. Allí encuentra campo abierto donde correr a sus anchas. No importa tanto lo que las cosas son, sino lo que parecen. No tanto la realidad cuanto la apariencia.

Este candil se enciende hoy para traer a la memoria la expresión sepulcros blanqueados, metáfora que emplea Jesús en el Evangelio de San Mateo para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre por dentro. Esta alegoría se sigue empleando para tachar a alguien de hipócrita, farsante, fariseo o inconsecuente con sus ideas. 

En tiempos de Jesucristo, se blanqueaban los sepulcros para que no se pasara inadvertidamente sobre ellos, contrayendo impureza según la Ley mosaica.

La verdad era que los fariseos a la vista de todos aparecían como hombres muy estrictos y observadores de la Ley, pero con esas apariencias tapaban y encubrían una forma de vida contrariamente a lo que decían. Es así como al igual que pintar las sepulturas con cal, que es una costumbre que se mantiene hasta hoy para que aparenten estar limpias, también entre nosotros aún hay muchos fariseos que aparentan lo que en verdad no son.  Por fuera, cara a los hombres, aparecen justos y sabios; por dentro, cara a Dios, no son más que «huesos de muertos».

La comparación es muy severa, pero deja claro el posible contraste entre los dos mundos -exterior e interior-, y también que lo más importante, porque influye en toda la persona, es lo que uno es «por dentro», cara a Dios.


Jesús habla así porque no quiere una fe que solo es apariencia,  que solo está por fuera pero que no es auténtica. Lo que Él quiere y exige, es una fe “en espíritu y en verdad”. Este es el empeño, el interés que pone Jesús en hacernos ver a los cristianos y a todo el que lo escuche, que para dirigirse a Dios es necesario e imprescindible tener santidad interior.

Lo que más aborrece el Señor es la hipocresía, la mentira utilizada para aparecer ante los demás bueno y noble escondiendo toda la maldad que se lleva dentro. Además de constituir un engaño es un agravio, ya que pretende que engañando a los demás engañaremos también a Dios.

Cristo no disculpa la hipocresía porque ésta es la falsificación de la vida, la perversión del pensamiento, la profanación de la palabra. Al mentir, el hipócrita quiere pensar como habla y vivir después como piensa, es decir, siempre en contradicción con la verdad.

Aquella antipatía de Jesús con los fariseos, es la misma que sentimos también nosotros con cualquier persona que procede con dolo, con voluntad de engañar. Aguantamos toda clase de defectos en los demás, porque todos nos sentimos débiles y sabemos ser generosos con el que cae. Pero usamos una medida distinta con el que nos miente, no lo soportamos.

El daño que hace esta gente a la Iglesia y a las personas de buena voluntad es considerable porque se presentan como modelos de fe y de cristianismo, cuando en realidad todo esto no tiene ninguna importancia para ellos, porque lo conocen solo de modo superficial, quedándose con aquello que les conviene y descartando cualquier cosa que signifique sacrificio o les incomode. 

Pueden portar crucifijos, hábitos y toda clase de símbolos que permitan identificarlos como gente piadosa y seguidora de Cristo, sin embargo todo lo que buscan es su propio bien y su conveniencia. Esta clase de exponentes los tenemos ubicados en todas las esferas de la sociedad y, por ende, también en las Cofradías.

Lo lamentable es que muchos cristianos somos juzgados por su actitud y otros tantos los imitan creyendo confiadamente que esto es lo que predica Jesús, haciendo de la fe cristiana una parodia.


Mª del Carmen Hinojo Rojas









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