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martes, 23 de septiembre de 2014

Un trono con los restos de un avión


En los años cuarenta la Archicofradía de la Esperanza, como otras cofradías malagueñas, aumentaron el tamaño de sus tronos, lo que supuso también un incremento de su peso.

La tendencia por crear tronos de grandes dimensiones comienza durante la década de los años cuarenta, cuando las cofradías se esfuerzan por restaurar todo el material perdido durante la guerra. En el año 1941, la autoridad eclesiástica, promulga una serie de normas; en virtud de ellas, los trabajos de armado de los tronos debía dar comienzo el lunes de la Semana Mayor a fin de estar terminados, como máximo, para el Domingo de Ramos, mientras que para su desarmado se utilizarían el Sábado de Gloria, y el lunes y martes siguientes. Los párrocos interpretaron esta circular como que estas labores se realizarían fuera del templo. Desaparecía así el gálibo que para los tronos suponía la puerta de la iglesia. 

La Archicofradía de la Esperanza, como otras cofradías malagueñas, aumentaron el tamaño de sus tronos, lo que supuso también un incremento de su peso. Lo que en un principio pasó desapercibido, casi como una cuestión secundaria, se convertiría en un problema. Como recuerda Carlos Ismael Álvarez en el libro ‘Esperanza Nuestra’, publicado con motivo de la efeméride de la coronación canónica de la Virgen, en los años cuarenta, cuando todavía el trono no se encontraba terminado, se advirtió rápidamente que su peso, cercano a los 8.000 kilos resultaba excesivo. «En la Semana Santa de 1947, cuando la junta estaba tratando de solucionar el problema, el trono durante el recorrido fue mucho más arrastrado que llevado», escribe Carlos Ismael Álvarez. 


Solución

Ante esta situación, Vicente Caffarena, ingeniero de caminos de profesión, propuso a la junta de gobierno la sustitución de la madera e hierro utilizados en el armazón y varales del trono por el duraluminio; un material que podría aligerar el peso de forma considerable manteniendo, a su vez, las grandes dimensiones. 

Sin embargo, no se trataba de una empresa fácil. El duraluminio se consideraba entonces ‘material de guerra’. Su transporte y su uso estaban bastantes restringidos, lo que llevó a la hermandad a tener que sortear distintos escalones en la burocracia de la época. 

La Archicofradía de la Esperanza consiguió gracias al director general de Iberia de entonces, César Gómez Lucía, que la compañía aérea donase los restos de un antiguo ‘juncker’.Aquello supuso únicamente el primer paso: del viejo avión se conseguiría extraer la materia prima necesaria para el proyecto. Los trámites administrativos y aduaneros fueron interminables. Un periplo que incluyó las ciudades de Melilla, Bilbao y Sevilla, y que hizo que los restos del antiguo avión se pasearan por toda la Península, a la vez que estos iban mutando hacia el nuevo trono que tomaba forma. 

En el año 1948, el único propietario y director de un alto horno de duraluminio existente en España, Eduardo K. L. Earle, visitó Málaga por casualidad. Este empresario industrial tuvo la oportunidad de presenciar la procesión de la Cofradía de la Esperanza, ante la que quedó entusiasmado. El compromiso de Earle con la hermandad fue decisivo para la construcción definitiva de aquella nueva mesa de trono. No solo se ocupó de la construcción de los perfiles, efectuando previamente a sus expensas su laminado, sino que a su vez consiguió que la fábrica de aviones de combate ‘Hispano Aviación S.A.’ de Sevilla realizase el montaje final. 

«El conjunto perdió casi 3.000 kilos y el éxito abrió el camino hacia el trono de aluminio que poco a poco se irá extendiendo a partir de entonces», relata en su artículo Carlos Ismael Álvarez. Aquel trono que salió en procesión por primera vez en Jueves Santo del 1950 siguió pisando, año tras año, las calles de Málaga hasta bien entrado el nuevo milenio. Fue en la Semana Santa de 2013 cuando el trono de la Esperanza estrenó la actual mesa.





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