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lunes, 17 de noviembre de 2014

El cáliz de Claudio: La taberna de un costalero


Existe una geografía emocional que marca el paso de nuestros días por la ciudad, distinta, que se engrandece con nombres propios, con hombres y mujeres que, aun hacen de este lugar del mundo, un sitio donde poder sobrellevar el camino. Puede ser un portal, una casa o una esquina. Sin embargo, hay una generación perdida que se desenvuelve mejor entre la madera de una parihuela y el olor a vino de una taberna.

No hay que buscar el sentido hipócrita de las cosas ni recurrir al tópico del senequismo trasnochado. Mucho más allá de todo eso, siempre quedan amigos con los que compartimos soles y lunas. Una caña o un medio con la temperatura exacta. El sudor, el silencio y la emoción de miles de levantás que se perderán para siempre en el horizonte de nuestros recuerdos, forjados desde nuestra propia medida.

Ayer, cuando la tarde ya se perdía como una alfombra azul sobre la ciudad, fui a despedirme de un amigo, de uno de los lugares de mi geografía personal, de la ciudad que me gusta, la misma que no desprecio -como a su reverso- y amo con la fuerza de quien reconoce en ella la fortaleza y la felicidad que nos entregan las cosas sencillas. Fue una despedida. No entre amigos porque los amigos están, son más cuando no se encuentran presentes. Ni de un lugar porque los lugares viven en la medida en que les dimos vida.

Ayer, cuando fui a compartir con Rafa Lozano el brillante final de una etapa recordé, en apenas unos minutos, tantos momentos compartidos. Aquella primera noche de diciembre con la euforia palpitando del inicio. Aquellos mediodías de sol, de lluvia, de caña y fino, de migas, de luz en la sobremesa. Aquel día en que vivimos el comienzo de una nueva etapa. La primera vez que Marcos ya estaba presente, aun siendo invisible. Algún cumpleaños, alguna Navidad, alguna bienvenida, algún adiós que se fue desvaneciendo la tristeza entre la espuma de la cerveza.

Siempre habrá quien piense que el costalero siente más la necesidad de un bar que cualquiera otro. Nada más lejos de la realidad. Las tabernas son parte de nosotros, de nuestra forma de expresar la alegría, de aliviar un poco el peso de los malos momentos. A Rafa lo conocí hace mucho, ajustándose el costal, haciendo de su sentimiento una forma de entender la vida. Córdoba necesita más hombres, bajo las trabajaderas, como él. Algunos siempre recordaremos aquel artículo que Javier Tafur le escribió a su Taberna. Como recordaremos más de una charla, de una sonrisa, de las cosas que ya no volverán a ocurrir dentro de esas cuatro paredes. Como siempre tendré claro que primero conocí al costalero para regalarme, después, al hombre que era una parte fundamental de la taberna donde tanto compartimos.

Blas Jesús Muñoz



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