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miércoles, 24 de diciembre de 2014

El Cirineo: Nochebuena


Se despertó muy temprano aquella mañana. Por encima de la manta, el frío golpeteaba cada poro de su piel. El silencio de la casa inundó de repente su amanecer sacándola definitivamente del sueño que instantáneamente desterró su imaginación. Aquella sería una jornada intensa, como suele ocurrir cada año ese mismo día. Sin embargo las circunstancias habían convertido aquella Nochebuena en absolutamente diferente. Antes, la mañana comenzaba con palabras, risas y preguntas por el desayuno. Besos, deseos de buenos días y un ¡qué frío hace hoy! adornaban el particular árbol de navidad de la cotidianidad sobrevenida. Ahora, todo había cambiado. Los años pesaban en las piernas cuando buscaba el pasillo cadenciosamente y lo que un día hubiere parecido tranquilidad e introspección, “un ratito conmigo misma”, se había convertido en inevitable soledad.

Hacía mucho que el camino compartido había quedado atrás, por las circunstancias que hacen que la existencia, ocasionalmente inunde de llanto y añoranza el paso del tiempo. Se acercó a la cocina para poner en el fuego la cafetera y unos minutos después, el calor del brasero y de la taza reconfortaron al unísono sus huesos. Entonces sacó la foto de sus nietos y una sonrisa inundó de luz toda la habitación. Y dejó de importar la edad y el cansancio. Todo esto era por ellos, ¿por quienes si no?

Se puso en marcha, como cuando la casa se llenaba de risas infantiles cada mañana, había tanto por hacer… Para cuando la primera llamada del día sonó en el teléfono de la salita, la cocina se encontraba ya en plena ebullición. “Si cariño, no te preocupes. No, no, tú vente cuando puedas, que con tirar de toda la familia ya tienes bastante… Si ya lo tengo casi todo preparado… No te olvides del pan. Dale un besito a mis niños”

Un pequeño tentempié a medio día y una siesta reparadora ayudaron a llegar con las fuerzas justas pero precisas para ser partícipe de la fiesta cuando la noche cayera. A eso de las ocho sonó la puerta de la calle, y desde este instante se precipitaron los besos, los abrazos, las risas… la intensidad fue creciendo exponencialmente convirtiendo los segundos en felicidad… a pesar de que su recuerdo no dejó de acompañar sus pensamientos en ningún instante, sabía positivamente que nada podía sustituir su ausencia. ¡Cómo disfrutaba estos momentos! Era un niño más rodeado de nietos… Entonces, el más pequeño de todos, el único cuya sonrisa mutó por un instante en una mueca, le susurró al oído… “Abuela, no tengo ganas de encender esta bengala. Es que siempre era el abuelo el que lo hacía…”

Ella no dijo nada, lo abrazó con ternura y besó su mejilla. Sacó una cajita de cerillas, la que había preparado exactamente para ese instante y la prendió… una amplia sonrisa iluminó su mirada y le dijo muy bajito “ni te imaginas lo contento que estará ahora mismo mirándote con esta bengala…”

Los villancicos sonaron junto al belén que este año había montado otras manos… y la noche fue dejando atrás la algarabía para irse tornando lentamente en copa y enagüilla. Los niños fueron quedando acurrucados por camas y sillones, hasta que la madrugada aconsejó que cada cual regresara a su nido.

Fue entonces, cuando la soledad volvió a ocupar su lugar en aquella casa que de repente volvía a parecer demasiado grande, se acercó a la foto de Ella, la que siempre había sido Paz del altar de la cabecera de sus sueños, la observó por un instante y musitó de manera casi imperceptible… “no nos ha salido tan mal, después de todo, ¿verdad?...”.

Arropada de recuerdos terminó aquella Nochebuena. En unas horas, la luz del sol acariciaría el umbral de la ventana para conquistar la habitación y comenzaría una nueva jornada, una nueva cuenta del rosario de su existencia… un nuevo paso de heroína de su devenir cotidiano… 

Guillermo Rodríguez










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