Hubo un tiempo de vino y rosas. Una época en que nada parecía que pudiera torcerse. Unos días con tardes infinitas, hipotecas fluyendo, coches con mejores prestaciones, tarjetas de crédito pitando, subvenciones creciendo, bordados dando puntada tras puntada, madera tallada, proyectos faraónicos en el horizonte...
Fue el momento en que las mentiras fueron tomando su poso espeso de légamo. Fue el momento en que las crónicas oficiales vivían en su cátedra áurea de verdades absolutas y nunca pensaron en que la figura del pseudoperiodista, el intruso profesional, avanzaría hasta meter el miedo en el cuerpo.