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domingo, 11 de enero de 2015

La Firma Invitada: La Paz es la Paz


Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que Cofradía es una Congregación que forman algunos devotos, con autorización competente, para ejercitarse en obras de piedad. Es decir es una organización que forman personas y son las personas su activo más importante.

Cuando contactaron conmigo para participar en este evento de la Presentación del LXXV Aniversario de mi Hermandad, y me indicaron que la idea era que intentara transmitir mis sensaciones, mis vivencias, y comencé a repasar mentalmente los recuerdos que guarda mi memoria, les diré que lo primero que se me pasó por la cabeza es la imagen de las personas con las que he compartido tantos y tantos pedacitos de mi historia individual.

Algunos están ahora en quehaceres que nada tienen que ver con el incienso y la cera. Otros se fueron para siempre. Hermanos con los que recorrí una parte fundamental de mi vida desde mis años de juventud, cuando me incorporé por vez primera de forma activa a la hermandad, de la mano de D. José Gálvez y junto a amigos, con mayúsculas como su hijo Miguel, Fernando Blancas, Manolo Jiménez, Pepe Campos, Diego Luque, Manolo Ceular, Juan Alamillo, Diego Almirón, Salvador Hurtado, Rafael Muñoz, Doña Carmen, Juan Medina y tantos otros que compartimos los asuntos importantes, los grandes proyectos que a todos ilusionaba, pero también las cosas cotidianas, las que, con el paso del tiempo, ocupan un lugar preferente en mis recuerdos, las que de verdad importan.

Los abrazos, el afecto, los miedos a la hora de tomar una decisión trascendente, las confidencias, los sueños, las ilusiones y las decepciones… que siempre se tomaron de manera colegiada en la creencia de que era la mejor manera de hacer una hermandad de todos y para todos.

Porque son los gestos y los detalles que a veces pueden parecer más insignificantes los que han hecho grande a esta Hermandad. Los montajes y desmontajes del cocherón al patio de la casa hermandad y de la casa hermandad al cocherón, con el olor a cera derretida y a flor a medio poner en las jarras del paso de la Reina de la Paz y Esperanza, los auténticas riadas de hermanos de inmaculado blanco saliendo del cuartel de la Guardia Civil cada Miércoles Santo, desde donde a veces parecía que iba a salir la cofradía entera, la ilusión de los primeros años de cruz de mayo o de caseta de feria, los besamanos, las misas del Gallo en Capuchinos y la convivencia posterior, el coro, el belén, el taller de confección del que tantas túnicas salieron, a Antonio perenne en la puerta de Capuchinos… tantos detalles humildes que han supuesto la esencia de lo que hoy es nuestra hermandad, una entidad viva con gente ilusionada que sabe valorar que es el elemento humano lo que de verdad importa, más allá de un patrimonio más o menos relevante, que siempre ha de estar en un segundo plano.

Recuerdo vivamente aquellos tiras y aflojas con Fray Ricardo o con el Padre Antonio, a cuenta de si se podía o no poner el dosel de cultos aquí o allá… ¡cómo os echamos de menos!..., aquellas misas de nazarenos del Miércoles Santo que parecía que no terminaban nunca, entre los nervios propios de lo que iba a acontecer, el primer año que pisamos los jardines, o aquél en que bajamos Bailío, aquellas charlas en su taller con Martínez Cerrillo, o aquella salida de la Virgen, con motivo del cincuenta aniversario de la hermandad en la que mi amigo Salvador, me traspasó en plena calle la vara dorada, cuando aún no me correspondía, en un gesto de grandeza y humildad, de querer compartir conmigo aquellos momentos tan especiales que son ejemplo vivo, porque su recuerdo siempre está vivo en mi corazón, de lo que es y debe ser siempre la Paz, que ya he dicho y que repito: Una hermandad de todos y para todos.

Hoy, en este día tan importante, pero que solamente representa un instante más de nuestra historia, quiero dar las gracias a todos los que han compartido su vida conmigo en nuestra hermandad, en nuestra casa, a los que estáis aquí, a los que no habéis podido estar y a los que me escucháis desde arriba. Gracias, de todo corazón, porque sois vosotros, todos vosotros, los que habéis logrado que esta hermandad ocupe un lugar de privilegio en el corazón de Córdoba, esa que espera impaciente cada Miércoles Santo el caminar poderoso del Señor de la Humildad y la elegancia infinita de la Paloma de Capuchinos, y gracias a Ellos, a mi Cristo de la Humildad y Paciencia y a mi Virgen de la Paz y Esperanza, los que siempre están ahí pase lo que pase, por haberme dado el regalo de haber podido ser partícipe de ello y haber contribuido con mi pequeño granito de arena a que hoy pueda deciros con absoluto convencimiento que no importa tener más o menos patrimonio, ni bordados ni plata, ni oro ni insignias, porque son las personas que la forman lo que configura la esencia misma de nuestra hermandad, lo que la hacen diferente, lo que pone en boca del pueblo esa frase, que tanta veces hemos escuchado, y que hoy, una vez más hago mía, para decir a viva voz… “la Paz es la Paz”.


Juan Manuel Rodríguez García
Hermano de la Paz











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